jueves, 20 de febrero de 2014

“VERS UNE ARCHITECTURE”



Juan Antonio Carrera Muñoz

   A primera vista la exposición de Lara Almarcegui, Por debajo, parece tratar de sumergir al espectador en una atmósfera de culto, de oración ante un difunto. Una máquina acaba con una antigua vivienda y genera una suerte de túmulo que permanece en el terreno como un elemento más en el jardín de otra construcción futura en el mismo solar. La muerte de lo que fue una vivienda familiar, que permanecerá en el recuerdo como un ente de fascinación y de morbo ante la capacidad destructiva, ya sea del tiempo o del propio ser humano, que ya definió Nietzsche como “lo Dionisiaco” y que retomaría Riegl para definir la fascinación por la conservación de los monumentos en ruinas como un producto morboso de la necesidad del ser humano de ver como las civilizaciones pasadas van pereciendo.
   Ahora bien, tenemos otra obra que bajo esta perspectiva resulta totalmente inconexa con la proyección audiovisual. La relación con Rocas de la isla de Spitsbergen hay que buscarla en la capacidad de modificación del entorno que tiene el ser humano, ya sea en una prospección minera o en un barrio periférico. En un contexto de crisis económica como es el actual, puede parecer que estamos ante la enésima critica a la voracidad del capitalismo, encarnado esta vez en el fantasma de la burbuja inmobiliaria. Sin embargo, no es esta la crisis que le interesa a Lara. Su interés viene dado por la propia crisis que sufre la disciplina arquitectónica y urbanística, con las que ella misma declara que tiene una relación de amor-odio y que no es más que un mal que podemos remontar a los inicios del siglo XIX, al debate ingeniero contra arquitecto, la artesanía contra la producción industrial… Este debate es más actual que nunca. En su versión siglo XXI, en el que gigantescas construcciones aparecen vacías, sin vida, como enormes alardes de técnica y composición, debemos preguntarnos si de verdad son necesarias o si, por el contrario, son respuestas a los deseos megalómanos de un líder ebrio de poder. Si en aquel momento, el debate se centraba en los cambios que la industrialización estaba produciendo en la sociedad, en la pérdida de valores tradicionales para unos y el progreso para otros, lo que tenemos que analizar ahora es si todas las proezas formales que permiten los nuevos materiales y avanzadas técnicas tienen un fin o son puro espectáculo. Si uno presta atención a la proyección de Lara la respuesta emerge de ese mismo túmulo recuerdo de lo que un día fue aquella vivienda. El material pobre y la construcción obsoleta son derruidos por la máquina de la misma forma que el “arts&crafts” fue superado por los movimientos arquitectónicos de vanguardia y, en última instancia, por el mal denominado “Estilo Internacional”. La respuesta es volver a producir ese giro, enterrando aquello puramente especulativo.
   Es necesaria una última advertencia que la obra de Lara no realiza. Se debe volver a estos arquitectos y pensadores pero no a sus formas, al menos no como una mera copia. Lo que realmente les hizo grandes fue el cambio de concepción de la arquitectura, la voluntad de dar solución a unos problemas dados, su adaptación a la finalidad que iba a cumplir, la reafirmación de los valores arquitectónicos como principios estéticos válidos, la utilización de las posibilidades industriales para llegar a una mayor parte de la población (pero no a costa de especular con el edificio)… En definitiva, la subordinación a las necesidades sociales y la “escala humana” de las obras puesto que la arquitectura (y el urbanismo) en palabras de Le Corbusier “es un magistral y preciso juego de volúmenes bajo la luz”, un juego destinado a que el hombre adapte el entorno a sus necesidades. 

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