Irene
Alarcón
Lara Almarcegui conjuga tres facetas distintas en su
producción; la de artista, la de investigadora y la de activista. Toda su
producción gira entorno a dos ejes principales que la articulan; aquella
esencia imperceptible, aquello que hay bajo tierra, debajo del suelo que
pisamos pero que no vemos a primera vista porque se encuentra oculto y la
oposición fuerte que se da entre la intervención del ser humano con sus
construcciones de arquitectura para habitar el terreno, y la naturaleza pura,
impoluta, desconocida y no corrompida por el intervencionismo y la visita del ser
humano.
Su última exposición presenta de
manera sintetizada estos dos puntos fundamentales. Muestra cómo, desde que tuvo
lugar la Revolución Industrial, desde mediados del XVIII al primer cuarto del
XX, vivimos en un mundo cambiante,
debido a su constante construcción y destrucción, dos hechos que parecen nunca acabar, debido al incremento demográfico y velocidad
del ritmo propio del estilo de vida hoy día. Estas construcciones y
destrucciones, que se dan a un ritmo veloz, son fruto de un mundo globalizado
síntoma de la era capitalista en la que
vivimos hoy en día. Los rascacielos, son una muestra del anhelo del ser humano
por tratar de superarse a sí mismo, utilizando los últimos materiales de un modo complejo con
la tecnología punta y construyendo varios pisos. Rocas de la Isla de Spitsbergen, Svalbard, 2014, se plasma, como
explica la artista en su entrevista para El
Cultural, ese deseo de las personas por adquirir riqueza y méritos a través
de la extracción y descubrimientos de nuevos materiales que luego serán
manipulados científicamente para la construcción, y que configurarán los
rascacielos. Dichas construcciones, a veces pueden no estar reguladas por leyes
de construcción o leyes del terreno, una causa que se une al ajetreo de la vida
cotidiana. Estos hechos a veces pueden suponer la destrucción de casas,
edificios viejos, abandonados, en mal estado, ocupando el espacio que antes
pertenecía a éstos, pero otras veces no. Sin embargo, es interesante ver el marcado
contraste que se produce entre ellos porque mientras en un lado del mundo se ha
construido un rascacielos de oficina en la otra punta se ha demolido una casa
vieja. En las ciudades también se encuentran superficies de terreno sin trabajar,
tierra no labrada en la que no se ha intervenido, espacios, solares vacíos, además de edificios existentes que
son construidos de nuevo de arriba abajo y o de los que sólo se remodela el
interior. Las ciudades son un
conglomerado variopinto, una mezcla compleja de estas cuatro acciones; la no
construcción, la construcción, la destrucción y la remodelación. Estas tres
últimas fases pueden darse en un único proceso si es una remodelación completa
y total del edificio. Las destrucciones de viejos edificios, a pesar de que no
al mismo nivel que las construcciones de rascacielos, también ocurren.
Los solares son un entorno, reductos de naturaleza pura en
medio de cualquier ciudad. Almarcegui, en su faceta de activista, ha luchado y
sigue luchando por preservar estos últimos “respiros” de la pureza de la
naturaleza en medio de una arquitectura agobiante, como explicaba ella en su
entrevista por Paula Achiaga en El
Cultural el cinco de febrero, día de la inauguración. El vídeo de Casa Enterrada, Dallas 2013, es el
reflejo de un solar de “nueva planta”, un espacio, que tras ser demolido una
vieja casa, sólo queda un diminuto recordatorio de lo que era la estructura,
como se explica en la nota de prensa de la galería Parra & Romero, la
memoria de sus antiguos habitantes, y un
espacio en blanco, vacío.
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