lunes, 10 de febrero de 2014

Desenmascaremos al culpable

Por Belén Lorenz Aguirre

Cuando entré por primera vez a la galería Ponce+Robles y observé la exposición de Avelino Sala parecía que nada tenía sentido, en un mismo espacio, formando parte de Locked-in syndrome, encontramos objetos tan dispares como una capa española y un rótulo de neón. En principio todo carecía de relación, pero según el artista va explicando cada una de las piezas poco a poco todo va adquiriendo un significado. La exposición es una llamada total al recuerdo, a la memoria personal y colectiva, así nos encontramos un expositor lleno de piedras, como si nos adentrásemos en un museo arqueológico, en él hayamos los recuerdos, casi souvenirs, de algunas de las protestas más importantes de los últimos años, se muestran imitando las formas museográficas, volviendo a las normas académicas, es una arqueología de la revuelta, de la búsqueda del cambio, de afrontar los problemas del presente. De entre todos los adoquines sobresale uno, el Sampietrini, baldosa traída de Roma a la que se atribuye un gran valor, alude al fetichismo, a la idolatría, se convierte en un objeto divino, cuyo vaciado en bronce emite un aura mágica, es el símbolo de la revuelta.
La relación con el arte conceptual es evidente, más que obras son ideas, hay que saber mirar más allá del objeto, saber que en el fondo no todo es lo que parece ser, que el contenido y el continente pueden ser distintos. Son ideas del presente, de la actualidad, que el artista mezcla con formas del pasado, como son la capa española, típica de los siglos XVIII y XIX, y el latín, relacionable también con el principio de disyunción acuñado por Panofsky. Mezclando estas formas del pasado con las ideas del presente encontramos en la exposición una capa española colgada del techo como si fuera llevada por un espíritu, como un títere sin cabeza, una marioneta que ocupa un espacio fundamental en la galería. En la parte trasera aparecen bordadas dos palabras en latín Larvatus prodeo, “avanzo ocultándome”, lema que Descartes utilizaba durante su juventud, “Como un actor que se esconde tras una máscara”, nos muestra que todo permanece oculto, que todos nos ocultamos tras una máscara, evidenciando un doble comportamiento, lo que somos y lo que mostramos.

Durante todo el recorrido por la galería llama la atención un desconcertante sonido que lo inunda todo, es el sonido de la declaración de los derechos humanos,  el resultado de treinta artículos tallados en treinta bolígrafos bic cristal. Chirridos constantes se expanden por la sala, llamando la atención hacia un pequeño televisor que muestra como el artista ha realizado esta pieza, como las “chuletas” han ido tomando forma. Al lado aparecen los treinta bolígrafos que contienen la declaración de los derechos humanos, algo que existe pero que muchas personalidades desconocen, se alude a nuestra memoria, a nuestra memoria de hacer “chuletas” y a nuestra memoria de ser humanos. Al fondo de la sala encontramos un rótulo de neón que de nuevo presenta unas palabras en latín, Cui prodest?, es decir, ¿Quién se beneficia?, es la búsqueda del ganador, el que sale victorioso en todos los juicios, en todos los problemas de la actualidad, consiste en recordar a la Medea Séneca, cui prodest scelus, is fecit. Es una preocupación del presente, como toda la exposición, la búsqueda por desenmascararnos, de sacar a la luz todos los problemas sociopolíticos, la búsqueda en nuestra mente de lo que nos ocurre, esta es la base del arte, sacar a la luz lo que posiblemente ni siquiera sabíamos que estaba oculto, acabar con las represiones y cuestionarnos las supuestas verdades que rigen el mundo.  

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