jueves, 13 de febrero de 2014

El alma y el sueño. Seguimos despertando.
Sarah Serrano

“El arte ha concluido”, declaraba Oteiza en una de sus últimas entrevistas. Para el que fuera escultor – sólo una vez había dominado la disciplina- la cultura artística había pasado por cuatro fases hasta llegar a la actual. La primera, en la prehistoria, se basaba en que el hombre divinizaba lo que temía y lo que amaba, era una cultura del cielo.  Se pasaba después a una cultura de la tierra, ya en el neolítico, generada por la agricultura, que perduró hasta el Medievo cuando aparecen las religiones. Después de la Gran Guerra, después del 14, se pasó a una cultura de la esperanza, donde se pensaba que el hombre llegaría a ser feliz, donde la experimentación artística buscaba primero comprender la forma (cubismo y constructivismo) y despertar al individuo después (Dadá y surrealismo). Pero no fue así y esto dio paso a la cultura actual, la cultura de la destrucción, donde el arte vuelve a adormilar al sujeto.

No se equivocaba Oteiza, nos encontramos inmersos en una cultura capitalista que consume hasta destruir, que devora para defecar. Es precisamente ese carácter el que lleva a Txomin Badiola a titular su exposición actual Capitalismo Anal.
Grande es la deuda (por mucho que quiera negarlo) que Badiola tiene con Oteiza a la hora de entender sus obras como procesos, como búsqueda de lenguajes eficaces y de la incomunicación dentro del lenguaje.  El sentido metalingüístico sin perder de vista la obra.

En su exhibición actual, la pieza que mayor interés genera dentro de la muestra es la realizada en 2010, en el proyecto Primer Proforma, titulada Entelequia, término aristotélico que el artista recoge del Tomo II de los Ensayos de M. Montaigne refiriéndose al alma. En este tomo el pensador reflexiona acerca del alma haciendo un repaso por las definiciones que otros filósofos o pensadores (Hipócrates, Varrón, incluso los egipcios) dieron sobre ella.  Es este fragmento el que Badiola recoge de manera parcial –ya pervirtiéndolo- para pervertirlo mediante la utilización de sinónimos para que acabe perdiendo el sentido original, otorgándole uno nuevo,  y haciéndolo corpóreo mediante la voz. Creando un bastardo.
Al igual que en sus instalaciones, Badiola utiliza en esta obra la “Mala Forma” –título también de su retrospectiva (Madrid, 1990)- que hace referencia al deseo como constructor y destructor de realidades. Un deseo enteléquico.


En realidad todas las obras de la muestra se pueden aunar bajo el paraguas de la entelequia. En ellas se afirma y se niega la palabra escrita y hablada, se la coloca en una superficie plana pero a la vez se la saca de su elemento.  Son obras escultóricas y a la vez no, pues el hecho de que aparezcan colgadas como pinturas –lenguaje que rápidamente abandonó el artista- despista, al igual que despista la utilización de diferentes medios como el collage, la fotografía o la combinación de distintos materiales, que hace que pensemos más en instalación que en escultura. Hay una tercera dimensión, sí, pero no podemos rodearlas. El espacio no atraviesa las obras, se las priva de la totalidad del carácter escultórico y se las enmarca. 
Difícil es la obra de Badiola. Y el artista no lo oculta, ni busca justificarlo. En más de una entrevista ha declarado que exige esfuerzo e incluso maltrata al espectador; o que “entender el arte es una aspiración inútil”. Él entiende su obra como una herramienta para generar algo nuevo (cuestión aún más difícil),  y quizás a eso se refiere cuando declara,  siguiendo a Godard,  que no busca comunicar algo sino comunicar con alguien. 

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