Tras las críticas que supuso su trabajo en
la Bienal de Venecia, Lara Almarcegui nos presenta, sin salirse de su discurso,
una crítica a lo banal de la arquitectura de diseño y de cómo nos olvidamos de
los materiales originales que conforman nuestras arquitecturas mentales en las
que habitamos. El incorrecto entendimiento de su obra en la Bienal ha hecho que
su trabajo se centre en otros lugares del mundo como son Dallas y Spitsbergen,
evitando equívocas interpretaciones.
Esta “basura arrojada al azar -que compone
según Heráclito- el bellísimo mundo”, la artista la presenta como una ceremonia
de enterramiento en un mundo desordenado y desastroso para la arquitectura. En
conjunto supone una reflexión del paisaje bajo el concepto post land art que
involucra a Robert Smithson en su obra, artista del que tiene una clarísima
influencia.
Aunque no sea intencionadamente crítica
podría etiquetarse como una llamada de atención al público en general que pasea
inalterable por centenares de diseños arquitectónicos de los que incluso
desconoce su composición. Lara Almarcegui se para a calcular -o encarga a un
gran equipo de ingenieros- los pesos totales de los edificios y la ocupación de
cada tipo de piedra en la Isla de Spitsbergen entre otros proyectos. Pretende
no ser clasificada de ecologista, porque al fin y al cabo no consigue, ni
conseguirá nada con sus actuaciones. Trabaja a modo de ‘Pepito Grillo’ del
universo pretendiendo una mayor conciencia de la explotación de la materia en
una sociedad que no crece pegada al suelo, sino que sus mayores aspiraciones
están en la vigésima planta de un edificio de oficinas. Ella misma viola el
respeto al medio ambiente enterrando los escombros de una casa olvidando el eco
que hay en nuestras mentes y que dice:
-“Recicla”.
No se separa del arte conceptual ofreciendo
al comprador una lista de los valores de unas piedras de una isla de la que no
habían oído hablar antes, a menos de que se trate de un geólogo coleccionista
de arte contemporáneo. Del mismo modo que tiene un nexo de unión con Guy Debord
y la Internacional Situacionista tras descubrir la existencia y utilidad de los
chamizos holandeses, de arquitecturas provisionales, frente a grandes diseños
de miles de millones de dólares en forma de cubos con muro cortina, puertas automáticas,
ascensores ultrasónicos y ventilación autorregulable. Su trabajo es una vuelta
al Détournement por su finalidad crítica.
Sin duda alguna es esencial no olvidar el
suelo que pisamos y qué suelo pisamos, pero la intención de enterrar el
concepto de la creación arquitectónica no llega a buen puerto. Básicamente
porque el hombre del siglo XXI en una sociedad eurocentrista miope no concibe
la destrucción de un bien servible como una posibilidad, pero sin embargo tiene
cabida en la obra de Lara Almarcegui porque en ninguno de sus casos tiene al
sujeto presente, aunque ambas hablen de formas de vida y las convierta en una
necrópolis, ya que nadie actúa generando un régimen de la propiedad.
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