Solares, ¡Qué lugares!
Sarah Serrano
“Me pongo a jugar al ajedrez con Duchamp y veo las piezas,
las infinitas posiciones, los juegos, los movimientos, los posibles
acontecimientos y me parece que lo fascinante es ese proceso de movimiento de
las piezas. Y que ganar o perder no tiene mayor interés. Llega un momento en
que me parece tan impresionante, atractiva o hermosa la posición de las figuras
y la sombra que proyectan sobre el tablero, que no soy capaz de pensar en cómo
continuar la partida”. Estas declaraciones de John Cage (recogidas por J.
Antonio Ramírez en su libro Duchamp. El amor y la muerte, incluso)
nos acercan a las sensaciones que quizás Lara Almarcegui experimenta cuando se encuentra en medio de
una de esas parcelas de libertad con las
que trabaja. Pero con una diferencia clara, la artista sí sabe cómo continuar
la partida: dejándola tal y como está, una especie de tablas entre la
naturaleza y la arquitectura.
Esta reivindicación anurbanística -que diría Matta Clark- de
los espacios naturales ha sido la línea
de trabajo de Almarcegui durante gran parte de su carrera, creando guías de
descampados, desalambrando los solares, o asegurándose, vía contractual, de que
éstos seguirán desocupados al menos por unos años. Mediante una estrategia
entre el activismo y el land art de Robert Smithson –del cual nos podríamos
remontar al situacionismo de Guy Debord-
las intervenciones de la artista fusionan pasado, presente y futuro,
abandono y posibilidad, naturaleza y ciudad.
Los descampados son territorios que se transforman. En ellos se construye y se demuele para luego abandonarlos a la espera de una nueva adquisición o un nuevo proyecto. Se observa en estos lugares la huella de las ruinas (escombros) de lo que fueron antes de que las malas hierbas iniciaran su reconquista. Esta huella del pasado ha llevado a algunos a relacionar la obra de Lara Almarcegui con un cierto romanticismo, pero, en realidad, se trata de unas propuestas muy actuales que tienen que ver con la especulación y la tendencia al exceso de construcción y el diseño. Madrid es un buen ejemplo de ello, con sus “nuevos” ensanches que, si bien han supuesto una oportunidad para los jóvenes arquitectos, también han acabado siendo barrios fantasma de edificios “chulos” pero apenas habitados; lo que hace que nos preguntemos si realmente era necesario ampliar los límites de nuestra ciudad. La artista ataca este tipo de acciones cuestionando el uso del espacio público y la propiedad privada mediante sus descampados que, para ella, son “lugares para refugiarse de la ciudad capitalista”, son una clara oposición al urbanismo del control y el consumo. Pero lo más interesante de su trabajo reside en la capacidad de cambiar la percepción de estos lugares, ahí es donde está la magia. Invita a los viandantes a adentrarse en ellos y, de manera espontánea, se produce el debate entre los espectadores. “La gente habla”, dice la artista; y lo consigue con una acción muy sutil, pero eficaz.
Los descampados son territorios que se transforman. En ellos se construye y se demuele para luego abandonarlos a la espera de una nueva adquisición o un nuevo proyecto. Se observa en estos lugares la huella de las ruinas (escombros) de lo que fueron antes de que las malas hierbas iniciaran su reconquista. Esta huella del pasado ha llevado a algunos a relacionar la obra de Lara Almarcegui con un cierto romanticismo, pero, en realidad, se trata de unas propuestas muy actuales que tienen que ver con la especulación y la tendencia al exceso de construcción y el diseño. Madrid es un buen ejemplo de ello, con sus “nuevos” ensanches que, si bien han supuesto una oportunidad para los jóvenes arquitectos, también han acabado siendo barrios fantasma de edificios “chulos” pero apenas habitados; lo que hace que nos preguntemos si realmente era necesario ampliar los límites de nuestra ciudad. La artista ataca este tipo de acciones cuestionando el uso del espacio público y la propiedad privada mediante sus descampados que, para ella, son “lugares para refugiarse de la ciudad capitalista”, son una clara oposición al urbanismo del control y el consumo. Pero lo más interesante de su trabajo reside en la capacidad de cambiar la percepción de estos lugares, ahí es donde está la magia. Invita a los viandantes a adentrarse en ellos y, de manera espontánea, se produce el debate entre los espectadores. “La gente habla”, dice la artista; y lo consigue con una acción muy sutil, pero eficaz.
En su nueva exposición, Por
debajo, sigue trabajando con el solar en una de las dos obras que presenta
en formato video, algo novedoso en su trabajo. En ella se reproduce la demolición
y el soterramiento de una casa, dejando plasmada esa idea de la huella cambiante
que deja el urbanismo. Como piezas de ajedrez movidas por la mano del hombre que
busca ganar la partida. Aunque no
podemos obviar que, una vez terminada la partida, ya sea ésta ganada o perdida,
las piezas vuelven a su caja y el tablero se queda vacio esperando a que el
nuevo jugador coloque sus fichas. Y así eternamente.
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