jueves, 13 de febrero de 2014

NEUROSIS DEL DESPERDICIO



Juan Antonio Carrera Muñoz

   Resulta evidente, cuando uno visita la exposición de Txomin Badiola, que nos encontramos ante un análisis de los procesos del sistema capitalista. Ahora bien, ese análisis no se materializa de una forma tan evidente como cabría esperar. A raíz del nombre de las obras, Entelequia, y del aspecto formal de las mismas uno puede intuir de donde viene ese título de Capitalismo Anal. No se trata de otra cosa que de la vorágine en la que el sistema económico mundial se ha convertido. El resultado es una imparable máquina de engullir, un proceso digestivo constante en el que el alimento devorado son las propias criaturas engendradas previamente y la razón de ser no es otra que generar nuevas criaturas que puedan consumirse en un ciclo sin fin. Una entelequia del más alto nivel, con un gran sentido escatológico, en referencia a esa capacidad para alimentarse de los propios desperdicios, que esconde más significados. Menos evidente es como lo escatológico también hace referencia a un concepto religioso sobre la naturaleza del más allá. Si tomamos ese concepto y leemos los textos del panfleto, encontramos la definición del capitalismo como religión, un credo que se sigue a pies puntillas sin ningún tipo de cuestionamiento del mismo, pues las normas vienen impuestas por un ser superior.
   Ahora bien, una entelequia también puede ser algo irreal, aquello que no puede existir en la realidad (sea la realidad lo que sea). Aquí es donde radica lo inabarcable de la obra de Badiola ya que las posibilidades que el mismo propuso en un su experimento en el MUSAC se ven desbordadas. En aquella intervención multitudinaria se proponían dos planos, el de la “expresión” de carácter individual y el del “contenido” de carácter colectivo, que ahora resultan insuficientes. La unión de esa suerte de valla publicitaria heredera de aquella experiencia, que además es un mecanismo más del proceso digestivo que ya podemos calificar de neurótico, con las nuevas creaciones que pueden partir incluso de la naturaleza muerta cubista materializada en el collage, irradia cierta sensación de extrañeza. No puedo sino recurrir a Roland Barthes y su texto La cámara lúcida (1980) para referirme a esto como “punctum”. Lo que Badiola trata de hacer en es poner cordura en este sistema a partir de la deconstrucción del mismo basándose en la semiótica. En esos desperdicios que forman un aparente caos, una mezcla de materiales y texturas diversas, aparecen unas inscripciones perforadas en las piezas metálicas, mientras que en la pieza central se escuchan unas grabaciones. En principio se trata de mensajes claros basados en signos fácilmente reconocibles, sin embargo, los mensajes no aparecen en orden lógico, ni en formato habitual. Son perforaciones en la plancha metálica que nos remiten de nuevo a Barthes, pero también a Boris Groys: “un signo designa a algo y remite a algo, pero también esconde algo”. Esas perforaciones parecen un intento de revelar lo escondido en el signo, de abrir un camino a la revelación. Sin embargo, no hay nada más lejos de la realidad ya que el único camino que abre es el de una neurosis obsesiva.
   Neurosis que como en aquel sistema capitalista que se alimentaba de sus propias heces, nunca va a terminar del todo puesto que cada nueva capa de significado solo provocará la creación de muchas más. Aquí radica lo maravilloso de Capitalismo Anal, a partir de una reflexión sobre el sistema capitalista se plantea una sobre la naturaleza de la obra artística. No es una crítica al sistema económico, al menos no solo eso, es un intento de arañar el funcionamiento del conocimiento humano, de cuestionar su condición, de terminar con la religión del significado único y sumirnos en la maravillosa quimera del cuestionamiento eterno.

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