Begoña Illescas Díaz
La presión
ejercida por el Capitalismo sobre los artistas, los críticos y el público en
general esta reconduciendo por vía anal toda manifestación cultural en nuestros
días, amparándose en el enriquecimiento
más o menos limpio de individuos e instituciones. Podemos decir que nos
encontramos ante la rápida digestión de los productos artísticos, que son devorados
y expulsados por el organismo social en un breve lapso de tiempo. ¿Dónde se
encuentra el verdadero arte, el arte independiente? enterrado, escondido, como
nos transmite Txomin Badiola, encerrado en formas rectangulares, dentro de
bloques blindados, atornillados, pintados, grabados o perforados, que en su
interior contienen los excrementos, producto de la deglución que impone el
consumismo actual donde los intereses económicos desembocan en el más
exacerbado utilitarismo: “No se
preguntaba a las cosas que decían, pues se sabía que hacían”, es decir nos importa un rábano conocer lo que nos intenta
transmitir un objeto, porque lo que sí nos interesa es saber qué hace, para qué
se usa.
La exposición
del escultor bilbaíno se titula “Capitalismo
Anal Capitalism”, expresión tomada de una conversación entre Kaja Silverman y Harum Faroki acerca de la
película Weekend, de Jean-Luc Godard,
que se sirve del surrealismo para denunciar la desmedida ambición de la burguesía.
El Capitalismo es el causante de la decadencia de toda forma cultural, que no
es sino “una divina excrecencia
surgida del ano de Dios. Llevados desde el vientre a la sepultura” y que se convierte en una “Analidad organizada socialmente”. A través de una estética
constructivista con reminiscencias dalinianas, Txomin juega con las palabras
“anal” y “analidad” en el lema repetido en la fachada de la galería y en los mensajes ins-escritos sobre rectángulos planos a modo de paredes, recreándose
en la sonoridad de estos términos que, además de su evocación escatológica,
encierran resonancias también eróticas e incluso perversas. De este modo, a
través de una provocación consciente dirigida al espectador, se sirve del
lenguaje como vehículo para lanzar una acerada crítica al actual sistema económico,
que nos sumerge en la ceguera ante el auténtico Arte “Pasará delante de mí y no lo veré y pasará y no lo entenderé”.
Las escenas
abstractas dibujadas por líneas de trazos gruesos sobre las superficies
metálicas dejan paso a las figurativas. En “Los
límites de l’Art” (y la palabra Art
aparece parcialmente tapada), unos micrófonos se encuentran situados, no ante
la boca, sino entre las piernas de un personaje anónimo. En otras, el grafismo del
Anal Capitalismo se descubre por
medio de la lectura, no de un libro o un periódico, sino reproducida en
fotocopias o en la portada de un folleto, y el relativismo de nuestra época se
manifiesta en la figura reiterada de un hombre con la leyenda: “No hay identidad, tan solo alzas y
bajas de intensidad”. En
“Entelequia”, un entramado metálico a modo de andamio, con textos borrosos salpicados
de manchas de tinta, se combinan con el sonido de frases, procedentes de
distintos altavoces, extraídas de la obra El
sentido antitético de las palabras de Sigmund Freud. La palabra escrita se
contrapone a la palabra hablada: mientras que la primera nos incita a la
reflexión, a preguntarnos sobre el significado intrínseco de los términos
utilizados y de su colocación fragmentada en un determinado contexto, la segunda
consiste en una rápida sucesión de mensajes que desorientan e impiden el
pensamiento coherente, impulsándonos a la acción irreflexiva en vez de a la decisión
meditada. Las frases inconexas y confusas que bombardean nuestros oídos nos sumergen
en un mundo efímero, donde la atención se dispersa y diluye frente a la fuerza
cautivadora de las imágenes.
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