lunes, 24 de febrero de 2014

Mea Culpa. Donde habita Caronte

Lucía Rúa Pérez

Tras visitar la propuesta de Txomin Badiola en la galería Albéniz, solo puedo reconocerme como otro visitante curioso entre tantos, saliendo ojiplático ante tal proyecto expositivo. Bien sea por la vagancia que inunda el intento de perspectiva y amplitud de miras hasta dejarte varado a la orilla de la incomprensión tras una primera pero débil tentativa, o por todo lo contrario, renegando a aceptar comprender todo lo que decidan mostrar ante mis ojos. Hay que acercarse a las notas de prensa, al recorrido artístico del autor y su vía de trabajo tradicional, sus raíces creativas; también hay que comparar y promover todos los medios de expresión, cuanto más libres más aceptados como auténticos exploradores de la mente humana, y no hay que comprender sino dejarse impactar por el pastel que conforman todos esos ingredientes bien amasados. Una crítica de arte no es una opinión de gusto, ni una valoración de la investigación de un individuo, pero en ciertos momentos te encuentras en tierra de nadie, en el mismo purgatorio como la sala de espera a la lucidez eterna. Esa lucidez no existe, pretenderla es errar en el camino. Un actor de teatro me comentó una vez que prefería que su obra no me hubiese gustado a darle un simplón visto bueno, porque lo que buscaba era molestarte, incomodarte para que te fueses a tu casa obligado a lidiar con esa sensación. Con la molestia estaría activa, intentando solucionarla, y así habría conseguido lo que pretendía. Así entiendo muchas de las obras englobadas en el arte contemporáneo, pero en este caso, encuentro la nada. O más bien el purgatorio, la sala de espera. Pero reconocible también como el lugar donde puede dejarte el Capitalismo Anal, ese tú desprovisto de toda identidad, significación y propósito. Convertido en un utensilio inanimado del consumo, perfecto filtro necesario para que la máquina siga funcionando. Tu no importas, importa el proceso capitalista. En el arte ya no importa tanto el resultado, prevalece el proceso como acto artístico. La fase anal corresponde al momento en el que el niño, en su segundo año de vida, desplaza su interés de la boca al ano, consistiendo en el hecho de que las funciones de evacuar y retener sus heces le resultan placenteras y estas se constituyen en objetos con los que tiene una relación particular. La madre, generalmente, le exige que se desprenda de sus heces en un momento y lugar determinado, y por esta razón se le plantea un problema con ella, puesto que debe renunciar a su propio placer anal para seguir conservando el amor de su madre, es decir, placer anal y conservación de la madre entran en conflicto. Es el momento del control de esfínteres y de su educación, y coincide con el momento en que aparecen las primeras prohibiciones para el niño y la oposición de este a sus padres, la conocida etapa del no, en la que la madre tiene que dejar de ser suficientemente buena para poner limites y contribuir así a dar cierta autonomía. La propuesta teórica de Txomin nos relaciona como el individuo que envuelto en la mierda se encuentra bien, creyendo manejarla, pero ciegos ante esa madre suficientemente buena, que en la sociedad es el motor de ejemplo que marca nuestras pautas, el capitalismo, y que en realidad no está cumpliendo con su función de protección y capacitación del desarrollo del individuo, se transforma en mala, no nos ayuda a alejarnos de los residuos, nos conforma como uno más de ese monte de mierda. En esta exposición, el limbo se encuentra entre la idea y la forma, perdí la visión de los anclajes, y me quedo a la deriva entre los metales.

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