Nada que perder salvo sus cadenas.
Irene
Salamanca Vaquero
El
capitalismo mueve el mundo, aunque cuenta con la ventaja de estimular la
productividad económica, también es cierto que aquel que produce más y a menor
coste obtiene mayor beneficio, de modo que su ley básica es tú o yo, no tú y
yo, bajo él el hombre explota al hombre, a un individuo que es el motor de todo
el engranaje, más poderoso que cualquier colectivo. El hombre es un simple
recurso de producción más, explotados por los grandes grupos económicos que en
muchas ocasiones se encuentran en condiciones injustas, mientras otros se alzan
con grandes fortunas como Bill Gates, creador de Microsoft o Mark Zuckerberg,
el fundador de Facebook, esa frase de “el rico se hace más rico y el pobre se
hace más pobre”, como bien dijo Winston Churchill, "El capitalismo es la
distribución desigual de las riquezas”.
El
capitalismo siempre ha sido una fuerza muy dinámica, pero detrás del progreso
técnico, la innovación, las nuevas ideas, los nuevos productos y las nuevas
tecnologías, se encuentra una humanidad oprimida.
A
su vez, estos individuos son consumidores, están dentro de la cadena de
consumo, muchas de ellas mercancías manipuladas por los mercados, que son
controladas, y que suelen estar dispuestas de forma estratégica en cualquier
supermercado. Somos consumidores de objetos banales, que nacen con una función
programada y que cada vez más van recudiendo su uso, acabando por convertirse
en simples desechos. Es evidente que el consumo en la sociedad de hoy es
inevitable ya que tenemos unas necesidades que cubrir. Somos una sociedad de
consumo, pero también estamos en la era de la tecnología, una tecnología que
también nos manipula para que seamos consumidores de esas mercancías que en innumerables
ocasiones no necesitamos, pero que son mostrados una y otra vez en la
publicidad.
Txomin
Badiola considera que el mundo se mueve entre el capitalismo, la religión y lo
excremental, una idea que se muestra en su exposición en la Galería Moisés Pérez
de Albéniz. Dividiéndola en dos partes, por un lado encontramos Anal
Capitalism, y, por otro, Entelequia.
Influenciado
claramente por sus introducción en el grupo conocido como los Nuevos escultores
vascos, sus obras tiene una clara corriente reflejo de las estructuras en
hierro de Jorge Oteiza, siendo un artista con el tuvo mucho contacto. Estas
piezas son puro manifiesto del espacio existencial, planteando una
estructuración de la propia obra y que se termina en una morfología. Son formas
geométricas simplificadas que provocan un efecto visual en el publico. Para
este artista existían dos fases de expresión artística: de acumulación y
materialización técnica y una de desmaterialización e interiorización. Se
vieron seducidos por la idea de caja y sus variedades, por sus volúmenes y la
idea constructiva, por los recortes y desplazamientos.
La
comunicación entre el artista y la sociedad se lleva a cabo mediante el
lenguaje artístico, el fomentaba el uso de otras disciplinas como ocurre con la
obra Entelequia, en la que hace uso de
dos grabaciones partiendo de un texto de Freud y otro de Montaigne.
Se
consideran las obras “ejercicios espirituales”, que no tiene un discurso común,
sino que espera ser observada y deja el significado al criterio del propio espectador,
creando su propio pensamiento de la idea de capitalismo. También esta palabra
“anal” que acompaña a capitalismo en esta exposición, un termino vulgar que
logra escandalizar al espectador pero que en una de sus derivaciones como es
“ano”, sabemos que es algo innato en el propio ser humano y que aun así no deja
de llamarnos la atención.
Cabe
mencionar que esta galería siempre pretende una intervención en su fachada por
parte del artista y en esta caso Badiola ha situado un telón de fondo y varios
carteles con el título de la exposición Capitalismo
Anal Capitalism, una forma muy clara de sobresaltar a los viandantes , de
llamar su atención y, en su interior, de
hacerles reflexionar sobre las verdaderas consecuencias del capitalismo a través
de la lingüística.
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