lunes, 10 de febrero de 2014

La vitrina, último reducto de libertad

Paula Fernández Escribano

Comencemos por el principio, el título de la muestra Síndrome de enclaustramiento (Locked-in syndrome en el original, inspirado por un artículo de Fernando Castro Flórez Diese Düsteren Bilder”. Neich erledigt, alles Kaputt), designa una condición patológica en la que el paciente mantiene plena actividad cognitiva pero está imposibilitado para moverse, hablar o interactuar con el exterior. Con estos antecedentes nos adentramos en la galería Ponce+Robles. Dónde nos encontramos objetos inconexos, en principio, y de distinta manufactura: fotografía, instalación, vídeo, escultura y dibujo.

Lo que más me llamó la atención, y no por desmerecer la obra, fueron las opiniones, críticas y referencias biográficas del artista, que siempre recurrían a la etiqueta de “arte político”. Sobre todo aquella de “político” como si se tratará de un curioso espécimen dentro de un universo de obras que no tienen ningún fin o motor de creación, que no se crean en una determinada época y por ello se impregnan a la vez que dejan huella (puesto que es un proceso bidireccional). Si nos paramos a analizar la etimología de político nos encontramos con que es un palabra de raíz griega (πολιτικός “civil, de los ciudadanos” y “del estado”) y "descendencia" latina (politicus, relacionado con politia,-ae “el estado”). Es decir, las cuestiones políticas  son todas las cuestiones de un Estado que conciernen a sus ciudadanos al vivir en democracia. 

Qué duda cabe de que la política lo impregna todo, Sala pone un poco más en relieve lo que, de hecho, ya está delante de nuestros ojos, aquello que rige y dirige. El trabajo del artista tiene que ver más con un práctica relacional (como el mismo refiere en su ensayo  “Saque de banda y bote neutral”), nada ajeno a la estética relacional de la que hablaba Bourriaud. La práctica artística como encuentro, como proximidad y como resistencia. Bourriaud describe la actividad artística como “la organización de presencia compartida entre objetos, imágenes y gente” y “un laboratorio de formas vivas que cualquiera puede apropiar”. Según Bourriaud la obra de arte se instala en el intersticio social, zona de actividad que escapaba del cuadro económico capitalista (término tomado de Marx). Ese intersticio social (hendidura) puede extrapolarse a la exposición que nos ocupa, donde Avelino Sala pretende crear un espacio de confrontación de la realidad  y, a la vez, de intercambio con el visitante. Cuya participación no es sólo requerida sino definitoria. Encontramos una exposición tan “libre” que ni siquiera se ilustran las piezas con cartelas, el recorrido es el que marque el juicio del espectador.

Un itinerario cualquiera comenzaría con las fotos de banderas prendidas, borrosas, que ni siquiera se toma la molestia de imprimir en un papel de calidad, no importa, son intercambiables, genéricas, actos repetidos hasta la saciedad que pierden su mensaje radical y con ello su violencia. La sucesión capa-títere, piedras usadas como proyectiles en manifestaciones diversas y una Declaración de los Derechos Humanos, rayada sobre una serie de bolis bic, podría representar la mano ejecutora de una acción (tiránica) que hay que responder. Y desde la esquina derecha un neón luminoso, influencia de Naumann como el propio Sala reconoce, pregunta ¿quién se beneficia? Dejando algo olvidada, en este caso, la pieza San Pietri.

Llama especialmente la atención, aquel espectador que tenga curiosidad y se acerque a la pieza Clandestino, cómo ningún boli bic está colocado al azar, sino que deja entrever fragmentos de los derechos universales que remiten (irónicamente) a los derechos que se han ido arrebatando, uno a uno, durante esta legislatura. Una nota de humor ante un panorama desolador, donde la obra no se nos presenta como respuesta, sino como catalizador de las dudas y malestar que acucian al artista.

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