LA RULETA DEL CONSUMO DEL ARTE
Nerea Delgado Hervás
Uno de los temas preferidos por
los artistas contemporáneos es el capitalismo global, que además de un nuevo
sistema económico impulsó importantes cambios en la sociedad y por tanto en la
cultura, siendo absorbida ésta por la ruleta del consumo. El capitalismo ha
sido de gran influencia en el arte, en la forma en que los individuos nos
relacionamos con él y una necesidad social (tanto como la educación, el
comercio, la salud, etc.). Consiguió por una parte que la oferta artística se
diversificara, lo que explica la existencia de muy diversas técnicas sin que
ninguna de ellas sobresalga con respecto a las demás; y por otra que toda obra
tenga su precio, independientemente de los géneros, técnicas o soportes
utilizados, lo que la dota de carácter mercantil.
El experimentado autor Txomín
Badiola nos presenta en la galería Moisés Pérez de Albéniz, una muestra de
obras creadas a partir del capitalismo y su influencia corrupta sobre la
sociedad: Una primera pieza procedente de un ejercicio anterior (Primer
Proforma 2010), titulada “Entelequia” que simula una valla metálica envuelta en
un efecto sonoro conseguido con la lectura de dos textos en diferentes idiomas.
El resto de obras se engloban en el conjunto “Capitalismo Anal” y son el
resultado de distintas impresiones y grabados sobre chapas de acero galvanizado
pintado.
Como refuerzo para la comprensión
de las piezas expuestas, Badiola ha creado un cartel con influencias de la
publicidad y el diseño gráfico. En el reverso del cartel aparecen textos relacionados
con el tema principal de la exposición que aportan ideas de distintas
personalidades de diversas materias culturales. Pretenden abrir la mentalidad
crítica del espectador ante la idea de que el arte esté siendo absorbido por la
sociedad capitalista actual hasta el punto de peligrar su supervivencia. Así el
arte entra en decadencia, la sociedad no lo percibe como una necesidad hasta
que pasa a formar parte del entretenimiento, entonces puede ser medido en
términos de audiencia o como precio de venta. De esta manera solo tiene valor
aquello que genere consumo y la posibilidad de disfrutar aunque sea de forma efímera.
En la actualidad la estética en
el arte puede ser prescindible siempre y cuando la situación lo requiera, es
decir, si el artista pretende hablar de política el asunto choca frontalmente con
la belleza. Quizás sea ese el motivo por el que una parte del arte
contemporáneo carece de atractivo ornamental pero se engrandece con la belleza
intelectual y reflexiva.
El periodista español Roger
Bernat explicó con claridad la relación consumo/arte: “los artistas plásticos se
vuelven hacia lo performativo con la ilusión de apartarse de la espiral especuladora
en la que se embarcó el mundo del arte desde principios de los años 80. El
artista se había convertido en las últimas décadas en el pilar del capitalismo.
Un sistema que necesitaba producir aceleradamente para incrementar la riqueza a
un ritmo superior al índice de natalidad ya no necesitaba buenos técnicos que
inventaran nuevos e imprescindibles cacharros, ya no bastaba con construir
tantas viviendas como turistas hubiera en la costa, se necesitaba a personajes
creativos que fueran capaces de vender lo inútil sin más. Ese era el artista.
Así es como en los últimos años la producción de lo nuevo ha pasado de los
museos y galerías al mercado en general. Creadores incontinentes de todo tipo
se subieron al tren de la sobreproducción para acelerar el ritmo de crecimiento
de los últimos años. Sin embargo, el artista contemporáneo olvidó que ya no se
estaba dirigiendo al público sino a un mercado especulativo en el que nadie
deseaba poseer nada sino venderlo para enriquecerse.”
Pero Badiola no es de esa clase de
artistas sino más bien de aquellos que no se dejan seducir por el ánimo de lucro,
cuadra más con las palabras del filósofo Wittgestein, corroboradas por Oteiza, “En
el arte es difícil decir algo que sea tan bueno como no decir nada”.
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