jueves, 13 de febrero de 2014



LA RULETA DEL CONSUMO DEL ARTE

Nerea Delgado Hervás

Uno de los temas preferidos por los artistas contemporáneos es el capitalismo global, que además de un nuevo sistema económico impulsó importantes cambios en la sociedad y por tanto en la cultura, siendo absorbida ésta por la ruleta del consumo. El capitalismo ha sido de gran influencia en el arte, en la forma en que los individuos nos relacionamos con él y una necesidad social (tanto como la educación, el comercio, la salud, etc.). Consiguió por una parte que la oferta artística se diversificara, lo que explica la existencia de muy diversas técnicas sin que ninguna de ellas sobresalga con respecto a las demás; y por otra que toda obra tenga su precio, independientemente de los géneros, técnicas o soportes utilizados, lo que la dota de carácter mercantil.

El experimentado autor Txomín Badiola nos presenta en la galería Moisés Pérez de Albéniz, una muestra de obras creadas a partir del capitalismo y su influencia corrupta sobre la sociedad: Una primera pieza procedente de un ejercicio anterior (Primer Proforma 2010), titulada “Entelequia” que simula una valla metálica envuelta en un efecto sonoro conseguido con la lectura de dos textos en diferentes idiomas. El resto de obras se engloban en el conjunto “Capitalismo Anal” y son el resultado de distintas impresiones y grabados sobre chapas de acero galvanizado pintado.

Como refuerzo para la comprensión de las piezas expuestas, Badiola ha creado un cartel con influencias de la publicidad y el diseño gráfico. En el reverso del cartel aparecen textos relacionados con el tema principal de la exposición que aportan ideas de distintas personalidades de diversas materias culturales. Pretenden abrir la mentalidad crítica del espectador ante la idea de que el arte esté siendo absorbido por la sociedad capitalista actual hasta el punto de peligrar su supervivencia. Así el arte entra en decadencia, la sociedad no lo percibe como una necesidad hasta que pasa a formar parte del entretenimiento, entonces puede ser medido en términos de audiencia o como precio de venta. De esta manera solo tiene valor aquello que genere consumo y la posibilidad de disfrutar aunque sea de forma efímera.

En la actualidad la estética en el arte puede ser prescindible siempre y cuando la situación lo requiera, es decir, si el artista pretende hablar de política el asunto choca frontalmente con la belleza. Quizás sea ese el motivo por el que una parte del arte contemporáneo carece de atractivo ornamental pero se engrandece con la belleza intelectual y reflexiva.

El periodista español Roger Bernat explicó con claridad la relación consumo/arte: “los artistas plásticos se vuelven hacia lo performativo con la ilusión de apartarse de la espiral especuladora en la que se embarcó el mundo del arte desde principios de los años 80. El artista se había convertido en las últimas décadas en el pilar del capitalismo. Un sistema que necesitaba producir aceleradamente para incrementar la riqueza a un ritmo superior al índice de natalidad ya no necesitaba buenos técnicos que inventaran nuevos e imprescindibles cacharros, ya no bastaba con construir tantas viviendas como turistas hubiera en la costa, se necesitaba a personajes creativos que fueran capaces de vender lo inútil sin más. Ese era el artista. Así es como en los últimos años la producción de lo nuevo ha pasado de los museos y galerías al mercado en general. Creadores incontinentes de todo tipo se subieron al tren de la sobreproducción para acelerar el ritmo de crecimiento de los últimos años. Sin embargo, el artista contemporáneo olvidó que ya no se estaba dirigiendo al público sino a un mercado especulativo en el que nadie deseaba poseer nada sino venderlo para enriquecerse.”

Pero Badiola no es de esa clase de artistas sino más bien de aquellos que no se dejan seducir por el ánimo de lucro, cuadra más con las palabras del filósofo Wittgestein, corroboradas por Oteiza, “En el arte es difícil decir algo que sea tan bueno como no decir nada”.

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