lunes, 10 de febrero de 2014



LA PÉRDIDA DEL MENSAJE.
Juan Antonio Carrera Muñoz.

   Con una tradicional capa con la inscripción “avanzo en la sombra”, en latín claro, o con un neón que nos cuestiona sobre quién se beneficia, la exposición Locked-in Syndrome del artista Avelino Sala nos propone una narrativa de la actualidad socio-política desde la perspectiva de las múltiples revueltas sociales. Quién se beneficia del actual estado del terror, un estado en el que cualquier expresión de desacuerdo puede ser silenciada negando un nuevo derecho a la sociedad. Vemos la referencia al título de la exposición, que alude a un síndrome que provoca a quién lo padece la imposibilidad de expresarse pese a percatarse de todo aquello que sucede a su alrededor. Para ilustrar  esta idea el artista nos presenta un video en el que le vemos grabando sobre bolígrafos la Declaración Internacional de los Derechos Humanos, para después mostrarnos esas “chuletas” en una vitrina. Vitrina que nos recuerda a los intentos de aprobar en el colegio-instituto, con un tono un tanto ingenuo quizá al querer rememorar una idea de la adolescencia. Sin embargo, conecta muy bien con su “arqueología de la revuelta” y como esa declaración olvidada hace que las piedras se tengan que arrancar y arrojar.
   Olvidada aparece esta declaración porque se ha copiado para un examen, como olvidado va a quedar la exposición una vez se venda. La obra de Avelino Sala funciona muy bien como conjunto, incluso cumple con la función que el artista ve en el arte como vehículo de comunicación para cambiar las cosas. Sin embargo, es una obra que se vende. No vengo a hacer un alegato en contra de comercializar la obra artística, las utopías en las que se vive del aire son eso, utopías. Lo que vengo a decir, y la galería lo demuestra dejando a la vista la lista de precios, es que lo que se ha concebido como un todo unitario, con un mensaje claro, se acaba por despiezar y vender en unidades más pequeñas. La obra sobre los Derechos Humanos se ofrece sin el video, pese a indicar que el mismo es una parte fundamental de la misma gracias al sonido de rasgar. En definitiva, como apuntaba en el título, “la pérdida del mensaje” viene dada por la propia necesidad de vender la obra, algo paradójico sin duda. Por otra parte, uno puede llegar a perderse en la variedad lingüística de la exposición, como si faltase un hilo conductor visual. Del ready-made duchampiano encarnado por la capa o los adoquines, pasamos a instalaciones luminosas con mensaje o a obras conceptuales y herméticas. No parece haber una cohesión que facilite la lectura de esas obras, ni mucho menos una vez separadas. Parece difícil verle un sentido a una capa con la inscripción de Descartes si aparece alejada del resto de obras. Y mucho menos, encontrar en esos retratos a los protagonistas de las revueltas cuando pueden pasar por jóvenes trasnochando sin ninguna aclaración más. Este último punto también resulta interesante, puesto que esos retratos que parecen encarnar a los nuevos líderes revolucionarios se corresponden con unos arquetipos de persona muy concretos. Parece que solo quiénes se identifiquen con ese sector determinado participan de la revolución.
   Una lástima que el esfuerzo de reunir en un punto adoquines de lugares tan variados no fructifique en un mensaje permanente, y se disperse por el mundo. Pero, ¿puede ser qué fragmentar la totalidad de la exposición sea un medio de difundir un mensaje? De ser así, poco mensaje va a difundirse, no es más que un error pensar que esa separación de las piezas puede suponer la divulgación de un mensaje a mayores dimensiones.

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