LA PÉRDIDA DEL
MENSAJE.
Juan Antonio Carrera Muñoz.
Con una tradicional capa
con la inscripción “avanzo en la sombra”, en latín claro, o con un neón que nos
cuestiona sobre quién se beneficia, la exposición Locked-in Syndrome del artista Avelino Sala nos propone una
narrativa de la actualidad socio-política desde la perspectiva de las múltiples
revueltas sociales. Quién se beneficia del actual estado del terror, un estado
en el que cualquier expresión de desacuerdo puede ser silenciada negando un
nuevo derecho a la sociedad. Vemos la referencia al título de la exposición,
que alude a un síndrome que provoca a quién lo padece la imposibilidad de
expresarse pese a percatarse de todo aquello que sucede a su alrededor. Para
ilustrar esta idea el artista nos
presenta un video en el que le vemos grabando sobre bolígrafos la Declaración
Internacional de los Derechos Humanos, para después mostrarnos esas “chuletas”
en una vitrina. Vitrina que nos recuerda a los intentos de aprobar en el
colegio-instituto, con un tono un tanto ingenuo quizá al querer rememorar una
idea de la adolescencia. Sin embargo, conecta muy bien con su “arqueología de
la revuelta” y como esa declaración olvidada hace que las piedras se tengan que
arrancar y arrojar.
Olvidada aparece esta
declaración porque se ha copiado para un examen, como olvidado va a quedar la
exposición una vez se venda. La obra de Avelino Sala funciona muy bien como
conjunto, incluso cumple con la función que el artista ve en el arte como
vehículo de comunicación para cambiar las cosas. Sin embargo, es una obra que
se vende. No vengo a hacer un alegato en contra de comercializar la obra
artística, las utopías en las que se vive del aire son eso, utopías. Lo que
vengo a decir, y la galería lo demuestra dejando a la vista la lista de
precios, es que lo que se ha concebido como un todo unitario, con un mensaje
claro, se acaba por despiezar y vender en unidades más pequeñas. La obra sobre
los Derechos Humanos se ofrece sin el video, pese a indicar que el mismo es una
parte fundamental de la misma gracias al sonido de rasgar. En definitiva, como
apuntaba en el título, “la pérdida del mensaje” viene dada por la propia
necesidad de vender la obra, algo paradójico sin duda. Por otra parte, uno
puede llegar a perderse en la variedad lingüística de la exposición, como si
faltase un hilo conductor visual. Del ready-made duchampiano encarnado por la
capa o los adoquines, pasamos a instalaciones luminosas con mensaje o a obras
conceptuales y herméticas. No parece haber una cohesión que facilite la lectura
de esas obras, ni mucho menos una vez separadas. Parece difícil verle un
sentido a una capa con la inscripción de Descartes si aparece alejada del resto
de obras. Y mucho menos, encontrar en esos retratos a los protagonistas de las revueltas
cuando pueden pasar por jóvenes trasnochando sin ninguna aclaración más. Este
último punto también resulta interesante, puesto que esos retratos que parecen
encarnar a los nuevos líderes revolucionarios se corresponden con unos
arquetipos de persona muy concretos. Parece que solo quiénes se identifiquen
con ese sector determinado participan de la revolución.
Una lástima que el
esfuerzo de reunir en un punto adoquines de lugares tan variados no fructifique
en un mensaje permanente, y se disperse por el mundo. Pero, ¿puede ser qué
fragmentar la totalidad de la exposición sea un medio de difundir un mensaje?
De ser así, poco mensaje va a difundirse, no es más que un error pensar que esa
separación de las piezas puede suponer la divulgación de un mensaje a mayores
dimensiones.
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