jueves, 20 de febrero de 2014

Soy un «patrón» (El legado de Marcel Duchamp)

Por Daniel Palacios


“Los jóvenes artistas de hoy en día ya no tienen que decir «soy un pintor», o «un poeta», o «un bailarín». Simplemente, son «artistas». Tendrán a su disposición el mundo entero. Extraerán de las cosas comunes el significado de la cotidianidad. No tratarán de volverlas extraordinarias, tan sólo pondrán de manifiesto su significado. Pero sabrán extraer lo extraordinario de la nada, y quizás también su nadería.” Este ponóstico de Allan Kaprow en El legado de Jackson Pollock (1958) define un canon que aun sigue vigente. El “objeto usual elevado a la dignidad de objeto artístico por la simple elección del artista” como planteaba Duchamp abre las fronteras de las prácticas artísticas pero hay que reconocer también en esta operación un atentado contra la cultura del trabajo y un avance en la elitización del arte “estricto”, “elevado” o “auténtico” respecto al “arte del pueblo”, según diferenciaba Arnold Hauser.
         Residente en Rotterdam, Lara Almarcegui (Zaragoza, 1972) presenta Por debajo en la Galería Parra & Romero. Exhibición compuesta de dos piezas que, respondiendo su línea estética, han sido ideadas por ella pero ejecutadas por mediante el trabajo de terceras personas. Casa Enterrada, Dallas (2013) plantea una demolición que no ha sido realizada por la artista sino por un operario contratado y Rocas de la Isla de Spitsbergen, Svalbard (2014) se compone de un texto en vinilo que enumera la composición de rocas de una isla, identificación realizada por varios geólogos con colaboración del Instituto Polar en Tromsø. De esta manera la acción de la artista queda reducida a su aporte como creadora intelectual y poseedora de la financiación necesaria para contratar asalariados. Almarcegui juega entonces el papel del ser simplmente “artista”, como enunciaba Allan Kaprow, extrayendo lo extraordinario de la nada. Pero como “patrón” se desvincula de trabajar aportando aquello que los asalariados no tienen: el capital económico y cultural suficientes. Por este hecho debemos hablar de Almarcegui no como simple “artista” sino como “artista-patrón”. Esta no produce valor sino que es el asalariado quien lo produce, entrando en juego solo como “artista-patrón” al simplemente realizar una puesta en valor duchampiana del trabajo de otros. Merece citar a Adam Smith en La riqueza de las naciones (1776) “Aunque el patrono adelante los salarios a los trabajadores, en realidad éstos no le cuestan nada, ya que el valor de tales salarios se repone junto con el beneficio en el mayor valor del objeto trabajado”. El planteamiento de Smith se cumple en la medida que Almarcegui ha recibido remuneración para ejecutar los proyectos por parte del Nasher Sculpture Center y del Public Art Norway y al vender el resultado de los mismos como obras en Parra & Romero acrecentando el plusvalor. Interpretar por tanto la obra de Almarcegui desde el punto de vista de la crítica no debe pasar por crear construcciones literarias legitimadoras. Debe considerarse como la artista no realiza ningún tipo de crítica, pues ella misma afirmaría a El País en 2013 que “mi punto de vista no es la crítica pura y dura, es casi lo contrario” y por su posición de “patrona” no cabría tampoco hablar de operaciones tardosituacionistas.
         En la misma medida que podemos hablar de Lara Almarcegui como un “artista-patrón” cabe sin embargo hablar de ella también como miembro dominado de la clase dominante, según define Pierre Bourdieu a los intelectuales. Sus maneras de hacer responden a una elitización del arte y una oposición total al valor del trabajo, todo ello bajo un canon estético estadounidense (hoy denominado “global”). Así, parafraseando a Walter Benjamin, “ustedes le comprueban que, aunque no lo acepte, trabaja al servicio de determinados intereses de clase” y es que los modos de hacer de Almarcegui y su posición de “artista-patrono” sirven eminentemente a unos intereses de clase en el campo cultural.


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