“Los
jóvenes artistas de hoy en día ya no tienen que decir «soy un
pintor», o «un poeta», o «un bailarín». Simplemente, son
«artistas». Tendrán a su disposición el mundo entero. Extraerán
de las cosas comunes el significado de la cotidianidad. No tratarán
de volverlas extraordinarias, tan sólo pondrán de manifiesto su
significado. Pero sabrán extraer lo extraordinario de la nada, y
quizás también su nadería.” Este ponóstico de Allan Kaprow en
El legado de Jackson Pollock
(1958) define un canon que aun sigue vigente. El “objeto usual
elevado a la dignidad de objeto artístico por la simple elección
del artista” como planteaba Duchamp abre las fronteras de las
prácticas artísticas pero hay que reconocer también en esta
operación un atentado contra la cultura del trabajo y un avance en
la elitización del arte “estricto”, “elevado” o “auténtico”
respecto al “arte del pueblo”, según diferenciaba Arnold Hauser.
Residente
en Rotterdam, Lara Almarcegui (Zaragoza, 1972) presenta Por
debajo en la Galería Parra & Romero. Exhibición compuesta de
dos piezas que, respondiendo su línea estética, han sido ideadas
por ella pero ejecutadas por mediante el trabajo de terceras
personas. Casa Enterrada, Dallas (2013) plantea una demolición
que no ha sido realizada por la artista sino por un operario
contratado y Rocas de la Isla de Spitsbergen, Svalbard (2014)
se compone de un texto en vinilo que enumera la composición de rocas
de una isla, identificación realizada por varios geólogos con
colaboración del Instituto Polar en Tromsø. De esta manera la
acción de la artista queda reducida a su aporte como creadora
intelectual y poseedora de la financiación necesaria para contratar
asalariados. Almarcegui juega entonces el papel del ser simplmente
“artista”, como enunciaba Allan Kaprow, extrayendo lo
extraordinario de la nada. Pero como “patrón” se desvincula de
trabajar aportando aquello que los asalariados no tienen: el capital
económico y cultural suficientes. Por este hecho debemos hablar de
Almarcegui no como simple “artista” sino como “artista-patrón”.
Esta no produce valor sino que es el asalariado quien lo produce,
entrando en juego solo como “artista-patrón” al simplemente
realizar una puesta en valor duchampiana del trabajo de otros. Merece
citar a Adam Smith en La riqueza de las naciones
(1776) “Aunque el patrono adelante los salarios a los trabajadores,
en realidad éstos no le cuestan nada, ya que el valor de tales
salarios se repone junto con el beneficio en el mayor valor del
objeto trabajado”. El planteamiento de Smith se cumple en la medida
que Almarcegui ha recibido remuneración para ejecutar los proyectos
por parte del Nasher Sculpture Center y del Public Art Norway y al
vender el resultado de los mismos como obras en Parra & Romero
acrecentando el plusvalor. Interpretar por tanto la obra de
Almarcegui desde el punto de vista de la crítica no debe pasar por
crear construcciones literarias legitimadoras. Debe considerarse como
la artista no realiza ningún tipo de crítica, pues ella misma
afirmaría a El País en 2013 que “mi punto de vista no es la
crítica pura y dura, es casi lo contrario” y por su posición de
“patrona” no cabría tampoco hablar de operaciones
tardosituacionistas.
En la misma medida
que podemos hablar de Lara Almarcegui como un “artista-patrón”
cabe sin embargo hablar de ella también como miembro dominado de la
clase dominante, según define Pierre Bourdieu a los intelectuales.
Sus maneras de hacer responden a una elitización del arte y una
oposición total al valor del trabajo, todo ello bajo un canon
estético estadounidense (hoy denominado “global”). Así,
parafraseando a Walter Benjamin, “ustedes le comprueban que, aunque
no lo acepte, trabaja al servicio de determinados intereses de clase”
y es que los modos de hacer de Almarcegui y su posición de
“artista-patrono” sirven eminentemente a unos intereses de clase
en el campo cultural.
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