Por Carlota Ayala
Un peculiar sonido es lo primero que llama la atención al
entrar en la galería, induciéndonos a mirar, por puro instinto, a su origen: un
video reproduciéndose incesantemente, en el que vemos unas manos tallando un
texto en la transparente carcasa de un bolígrafo; junto a la pantalla, una
sucesión de bolígrafos tratados mediante esta técnica evoca en el público el popular
método estudiantil para copiar en un examen. Lo verdaderamente curioso, no
obstante, es el asunto tratado en dichos artilugios: la declaración universal de
los derechos humanos; como si la obra no fuera sino un intento desesperado por
no olvidar, bajo ningún concepto, y aún a riesgo de ser castigados por ello,
algo de vital importancia. Clandestino
se revela, pues, como una divertida crítica a la pérdida de valores morales por
parte de la sociedad.
En locked-in syndrome,
Avelino Sala invita al espectador a reflexionar acerca de esa dualidad que vive
nuestra sociedad a día de hoy: por un lado, somos testigos de cómo una especie
de “parálisis” bloquea o inhibe la capacidad de acción del individuo que, pese
a sentirse disconforme con la realidad que le rodea, se siente incapaz de
actuar al respecto, ya sea por algún tipo de “incapacidad” (entre las que cabe
destacar la falta de tiempo), por miedo o, simplemente, por la victimista
indolencia característica de una gran parte de la población que tiene la
sensación o la convicción de que cualquier acción o “sacrificio” (ya sea el
simple hecho de levantarse del sofá) será en vano. En la otra cara de la
moneda, manifestaciones y revueltas de diversos tipos y por diversas causas
parecen ir extendiéndose a lo largo y ancho del globo, tanto en Oriente como en
Occidente, de lo que Sala da buena muestra en su exposición, de manera
especialmente explícita en su obra Arqueología
de la revuelta. Este impulso de rebelarse ante las injusticias, propio del
ser humano, es precisamente el tema central; aparece planteado como unificador
de distintas culturas y como un elemento no sólo actual, sino permanentemente
presente a lo largo de la
Historia , y lo hace mediante la presencia simbólica de la
piedra (en alusión al acto de lanzar una piedra o adoquín), como una evidente
herencia del Mayo del 68. Sala parece querer plantear, de ese modo, el
inconformismo como algo orgánico, natural; tal vez, movido también por el deseo
de retorno a lo terrenal o una mirada a las bases sobre las que se sustenta
nuestra civilización. Vemos, en cualquier caso, como el artista, mediante la
simple elección, eleva un elemento “profano”, cotidiano, a la categoría de obra
de arte, tal y como hizo, tiempo atrás, Duchamp.
No obstante, el artista asturiano no se limita a dar
constancia de los hechos sociales, sino que va más allá, ya sea planteando al espectador
cuestiones en letras de neón -Cui
prodest? (acerca de quién o quiénes se benefician con la actual situación)-
o invitándole a plantearlas por sí mismo, tal y como hace con la frase Larbatus prodeo, bordada en letras
doradas en una capa castellana, la cual cuelga por el hueco de la escalera
mediante la que accedemos a la obra que cierra la exposición, extraída de su
anterior proyecto, Lo (hiper) real
absoluto, que, a modo complementario, induce al espectador a profundizar,
no sólo acerca de lo que sucede, sino del por qué y, más concretamente del
cómo: mediante la falsedad y la ocultación. Así, Sala se postula como un
reivindicador de la verdad que da voz a lo ignorado; con un deseo de
“desactivación” del ciudadano robotizado a partir de la cultura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario