jueves, 20 de febrero de 2014

Mirar hacia el progreso, deshumanizar el futuro

Nerea Prado Ibiricu

La idea más extendida a la hora de contar la Historia es que esta evoluciona siempre hacia mejor. El ser humano cada vez progresa más y es más civilizado. Sin embargo el progreso tiene un coste muy alto y es que suele desarrollarse a expensas de la Naturaleza. No es nueva para nadie la preocupación por el medioambiente y su visibilidad en el mundo del arte desde los años 60 gracias al Land-Art. Aún así, el progreso, la civilización y la globalización siguen ganando terreno y cuanto más prosperan, más deshumanizadas se vuelven. La ciudad se ha construido por y para los humanos, pero en realidad no cuenta con ellos. Resulta paradójico pensar que cuanto más planificada y grande es una ciudad, menos espacio queda para el individuo. La ciudad se transforma a base de grandes proyectos y arquitecturas espectaculares que muchas veces atienden a intereses "más importantes" que sus propios habitantes, destruyendo barrios en favor de otros beneficios económicos que obviamente "sólo pueden ser para mejor".


Gordon Matta Clark se interesó en los años 70 por la destrucción de la arquitectura. Esta idea es de alguna manera retomada por la propia Lara Almarcegui, desencantada con la idealización de la arquitectura, la ciudad y su encorsetamiento. Se encuentra mucho más cómoda trabajando en espacios abiertos como los descampados, que suponen todo lo contrario a esa idea de progreso, orden y civilización que es la ciudad. Al igual que los artistas del Land-Art, busca situarse fuera de la Historia, y para ello recurre a un pasado remoto. La prueba está en su obra Rocas de Spittsbergen, donde recoge los distintos materiales que se encuentran en esta isla de Svalbard, poniendo de relieve que muchos de ellos aún están sin identificar, que explotamos una tierra de la que aún nos queda mucho por descubrir. Es posible que la obra más impactante sea Casa Enterrada, que homenajea a la Leñera Parcialmente Hundida de Robert Smithson. En ella muestra un vídeo en el que una excavadora destruye un edificio abandonado y sepulta los escombros en el suelo. Esta acción no sólo es impactante porque sea ilegal, sino porque la destrucción y sepultación de un hogar nos hace pensar en lo que fue y ya no será, así como en los individuos que lo habitan. Constituye una metáfora del fin de su vida y su entorno tal y como lo conocían en aras del capitalismo, el progreso y la especulación.

En primera instancia es un poco difícil entender el significado de su obra. Por un lado, el hecho de que se expongan sólo dos obras hace más difícil que podamos hallar un sentido relacionando unas con otras. Por otro lado, si el espectador consigue enlazarlas con la idea del
Land-Art es posible que se extrañe, porque cuando se piensa en ese arte, se suele tener en la cabeza algo más parecido al Muelle en Espiral. Es más, puede llegar a ser incluso desconcertante que el acto de demoler un edificio sea colocado en una galería y catalogado como arte, puesto que es un asunto casi cotidiano. Aún con eso es posible que al ser un hecho que ya resulte conocido, facilite el ser visto desde una nueva perspectiva al ser descontextualizado, y que lleve con acierto al espectador a la profunda reflexión que encierra.

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