sábado, 15 de febrero de 2014

El Sacramento del Capital

María de Antonio Aguirre

La política se ha ido haciendo hueco entre los restos amortajados de la Santísima Inquisición. Mediante una fusión ensayística Txomin Badiola denuncia en sus carteles de protesta una alarmante conexión entre la política actual y la tradición eclesiástica, portadoras ambas de credos universales que delimitan y determinan tanto al fiel como al agnóstico. La duda que Lutero imputó sobre los pilares de la religión cristiana consolidó la pirámide de poder sobre la que se había construido la Iglesia católica, estructura que -como es de esperar- adoptó el tambaleante régimen político. Y la tierra se erigió a imagen y semejanza del cielo. Esta turbadora relación basta para entender el credo económico por el que se rige la política actual, estructura en la que no hay cabida a caminos alternativos. Nos encontramos ante una perversión "encriptada" que es justificada por los modos de creación y funcionamiento del sistema económico mundial; los políticos roban y los obispos adulteran las normas morales instauradas por ese ojo que todo lo ve. ¿Acaso estas normas, divina excrecencia surgida del ano de Dios, no están sino para violarlas? Badiola llevará a cabo, una vez más, una reflexión entorno a los modos de proceder de nuestro sistema político-económico. ¿Nos encontramos ante una banalidad del mal? Hanna Arendt proyectó esta expresión tras los juicios de Nuremberg como resultado de un síntoma social que "obliga" al ser humano a cometer actos amorales. Stanley Milgran realizó meses después un proyecto sociológico, Behavioral Study of Obedience, con el objetivo de medir el grado de sumisión al que se enfrenta el individuo con respecto a un poder supremo; sus conclusiones reafirmaron la idea que Arendt extrajo de los juicios.
Txomin Badiola entiende que el arte ha de conservar un papel de resistencia frente a esta perversión del capital que -cada vez más- contamina y asfixia al individuo. El sistema se vende a través de una red de malentendidos que desconciertan y abducen a la población, consiguiendo que entre al trapo y forme parte así de su inevitable espiral de banalidad. Frente a esta obsolescencia programada el artista apuesta por lo infinito de la idea y el concepto. Badiola enfrenta el desecho excremental, producto de esta nuestra sociedad de consumo, con la existencia de una infinita red elaborada a través de un sistema de resignificación constante. Entiende el arte como el contra-discurso de la política, la cual intenta acabar con las cadenas de significación. Mediante el estudio de la semiótica -y su consiguiente deconstrucción de la realidad- Badiola actúa de la misma manera sobre la política para cuestionar sus referentes tradicionales. Él mismo se define como un <<escultor de ideas>>, denunciando sobre "placas conmemorativas" esta insistente apropiación de significados y su consiguiente plurabilidad de lecturas. 
Capitalismo anal revisa a través de una serie de "renovadoras esculturas" lo confuso del leguaje-signo. Mediante una deconstrucción reconstruye nuevas realidades peligrosamente contingentes que a través de microrrelaciones el espectador ha de esforzarse por entender. Frente a lo obsoleto y desechable promueve una valoración infinita del significado, como decía Unamuno, <<Lo que no es eterno no es real>>. El vacío -lugar de protección de lo efímero- es una realidad que debe sus raíces al que fue su amigo y mentor, Jorge Oteiza, padre de la "Nueva escultura Vasca", movimiento posicionado en contra de una actitud puramente estética del arte. Frente a esta concepción Txomin Badiola nos abre las puertas a ese intrincado mundo de la entelequia, donde una cosa es y al mismo tiempo deja de ser.

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