Elena González-Moral Ruiz
La
actividad artística siempre se ha hallado implacablemente determinada por las
circunstancias históricas en las que los creadores han vivido. Txomin Badiola
no representa una excepción. Su discurso se halla condicionado por discursos
anteriores, y es por esto por lo que él mismo admite que “siempre nos situamos
históricamente con respecto a lo que nos precede”. El artista ha desarrollado
en su producción una denominada estética de la herencia, que en su caso se
traduciría como la herencia de la posmodernidad. Badiola, entre otros, está
marcado por el influjo que sobre él ejercen artistas como Malevich, Jorge
Oteiza, o el cineasta Godard.
La
herencia que recibe de la posmodernidad es una herencia basada en la primacía del
concepto sobre la obra de arte material. En la exposición concreta que nos
ocupa, el concepto que se sitúa tras “Capitalismo Anal” es la idea del
capitalismo como una suerte de religión en la que algo solo tiene valor si
produce un beneficio. Según sus propias palabras, el capitalismo se rige por la
máxima de que “algo vale solo si es posible insertarlo en una cadena de
consumo”. Apoya estas ideas mediante textos de Wilson o de Max Weber, entre
otros. Siguiendo este discurso basado en la historia y su herencia, Badiola señala
que se ha producido una evolución histórica en el capitalismo, que ha pasado de ser un
sistema en busca de la igualdad, a un sistema donde se busca que todo sea
equivalente, y por ello, resulte indiferente. Es un sistema corrompido,
perverso, y escatológico. Esta es la realidad en la que le ha tocado vivir, no
solo a él, sino a todo espectador que acuda a ver su obra.
Ahora
bien, para que este concepto de discurso heredado sea aplicable a la exposición,
el sujeto de la obra de arte ha de ser activo y permanecer abierto,
contrastando la obra a contemplar con experiencias anteriores o contemporáneas.
Badiola da entonces un vuelco a los papeles tradicionales de la creación
artística. El artista, que siempre había sido el productor, pasa a ser el
receptor, mientras que el espectador, receptor por antonomasia, pasa a ser el
productor. Aquí entraría en juego la frase “No quiero comunicar algo, quiero
comunicarme con alguien” de su admirado Godard, y que tantas veces ha utilizado
como recurso, remarcando la especial importancia del público en su proceso de
producción. El arte de Txomin Badiola no nace de un discurso preestablecido y
anterior a él mismo, sino que está completamente abierto a la pura experiencia
de aquel que lo contempla. Esta idea del espectador como parte del proceso de
creación de obra artística no es nueva. Por poner un ejemplo, en la obra de
Richard Serra, La materia del tiempo,
el devenir del espectador entre las estructuras metálicas y el tiempo que tarda
en recorrerlas son una parte fundamental de la pieza. Sin embargo, en Badiola,
esta concepción va todavía más allá. La actividad que ejerce el espectador ya
no es física, de deambulación por la galería o sala de museo, sino que se ha
convertido en una actividad intelectual y, lo que es más importante,
conceptual. Félix de Azúa declaraba que la “posmodernidad quiere decir
desaparición del objeto y aparición del concepto” como punto de mira de la
apreciación artística, y, pese a que Badiola sigue esta línea, busca alejar ese
concepto de las obras. Las piezas de “Capitalismo anal” poco tienen que ver con
las ideas que desea transmitir, sino que son los textos las que las muestran,
siendo el propio espectador las que las adapta o proyecta sobre las obras,
basándose en su propia y personal herencia.
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