jueves, 13 de febrero de 2014

Quiero comunicarme con alguien

Elena González-Moral Ruiz

La actividad artística siempre se ha hallado implacablemente determinada por las circunstancias históricas en las que los creadores han vivido. Txomin Badiola no representa una excepción. Su discurso se halla condicionado por discursos anteriores, y es por esto por lo que él mismo admite que “siempre nos situamos históricamente con respecto a lo que nos precede”. El artista ha desarrollado en su producción una denominada estética de la herencia, que en su caso se traduciría como la herencia de la posmodernidad. Badiola, entre otros, está marcado por el influjo que sobre él ejercen artistas como Malevich, Jorge Oteiza, o el cineasta Godard.
La herencia que recibe de la posmodernidad es una herencia basada en la primacía del concepto sobre la obra de arte material. En la exposición concreta que nos ocupa, el concepto que se sitúa tras “Capitalismo Anal” es la idea del capitalismo como una suerte de religión en la que algo solo tiene valor si produce un beneficio. Según sus propias palabras, el capitalismo se rige por la máxima de que “algo vale solo si es posible insertarlo en una cadena de consumo”. Apoya estas ideas mediante textos de Wilson o de Max Weber, entre otros. Siguiendo este discurso basado en la historia y su herencia, Badiola señala que se ha producido una evolución histórica en el capitalismo, que ha pasado de ser un sistema en busca de la igualdad, a un sistema donde se busca que todo sea equivalente, y por ello, resulte indiferente. Es un sistema corrompido, perverso, y escatológico. Esta es la realidad en la que le ha tocado vivir, no solo a él, sino a todo espectador que acuda a ver su obra.
Ahora bien, para que este concepto de discurso heredado sea aplicable a la exposición, el sujeto de la obra de arte ha de ser activo y permanecer abierto, contrastando la obra a contemplar con experiencias anteriores o contemporáneas. Badiola da entonces un vuelco a los papeles tradicionales de la creación artística. El artista, que siempre había sido el productor, pasa a ser el receptor, mientras que el espectador, receptor por antonomasia, pasa a ser el productor. Aquí entraría en juego la frase “No quiero comunicar algo, quiero comunicarme con alguien” de su admirado Godard, y que tantas veces ha utilizado como recurso, remarcando la especial importancia del público en su proceso de producción. El arte de Txomin Badiola no nace de un discurso preestablecido y anterior a él mismo, sino que está completamente abierto a la pura experiencia de aquel que lo contempla. Esta idea del espectador como parte del proceso de creación de obra artística no es nueva. Por poner un ejemplo, en la obra de Richard Serra, La materia del tiempo, el devenir del espectador entre las estructuras metálicas y el tiempo que tarda en recorrerlas son una parte fundamental de la pieza. Sin embargo, en Badiola, esta concepción va todavía más allá. La actividad que ejerce el espectador ya no es física, de deambulación por la galería o sala de museo, sino que se ha convertido en una actividad intelectual y, lo que es más importante, conceptual. Félix de Azúa declaraba que la “posmodernidad quiere decir desaparición del objeto y aparición del concepto” como punto de mira de la apreciación artística, y, pese a que Badiola sigue esta línea, busca alejar ese concepto de las obras. Las piezas de “Capitalismo anal” poco tienen que ver con las ideas que desea transmitir, sino que son los textos las que las muestran, siendo el propio espectador las que las adapta o proyecta sobre las obras, basándose en su propia y personal herencia. 

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