Begoña Illescas Díaz
Desde la capa española, tras la que se
ocultaban antiguamente los luchadores por la libertad, hasta las barricadas que
jalonan los movimientos revolucionarios urbanos del siglo XXI, Avelino Sala nos
da ejemplo del compromiso del artista con el mundo contemporáneo, en un intento
de aproximar el arte a la problemática actual, al modo como hicieron en el
pasado tantos artistas de diferentes épocas, como Velázquez con sus mendigos,
Goya en sus pinturas negras, las prostitutas y borrachos retratados por Toulouse-Lautrec
, la dura vida de los pescadores de Sorolla o el dolor de los rostros de los
protagonistas del “Guernica” de Picasso.
Esta forma de entender el arte como medio
para ejercer la crítica política, la encontramos en la exposición “Locked-in
Syndrome” de Avelino Sala, que ofrece la Galería Ponce +Robles
de Madrid, y constituye una metáfora del individuo actual que se encuentra paralizado,
incapaz de reaccionar ante los continuos cambios sociales y económicos. Avelino
Sala, artista asturiano, que une a su faceta de dibujante la de crítico y
comisario de exposiciones, ha elaborado una obra de gran riqueza alegórica que
ha sido exhibida con éxito en las principales ciudades españolas y en varios
países europeos, así como en museos de Asia y América. Se sirve de las nuevas
formas de expresión visual como la fotografía, el vídeo o los letreros
luminosos, junto a las técnicas tradicionales del dibujo y la escultura y no
desprecia el uso de humildes soportes, como bolígrafos y adoquines, para
mostrar su complicidad con los ciudadanos anónimos que, al igual que los
integrantes del movimiento de los Indignados del 15 M , hacen oír su voz en los
foros internacionales. En su artículo “Si
opus Sit. La resistencia como Arte en tiempos extraños” se replantea el
papel de los artistas: “Cuando todo se
desmorona no nos queda más que hacer barricadas”, y coherente con este postulado busca el
alejamiento y la reacción frente a
“ciertas prácticas artísticas que derivan en lo decorativo”. Ello se
manifiesta en las fotos veladas de quema de banderas, símbolo tanto para sus
defensores como para sus detractores, o en los artículos de la Declaración de los
Derechos Humanos, grabados sobre BIC de colores, como “chuletas” que los estudiantes
esconden en un examen, o en el video donde resalta el desagradable chirrido del
punzón contra el plástico durante el proceso de grabado. Especial protagonismo
adquieren las piedras arrancadas del pavimento de distintas ciudades, en las
que figuran el lugar y el año de las revueltas en las que fueron utilizadas
como armas improvisadas.
Sin embargo la rebeldía frente a la
opresión ha venido existiendo desde la antigüedad, y el autor ilustra esta idea
con el dibujo de una calzada romana y mediante la utilización de frases
escritas en latín, una lengua ya muerta. Los rostros enmascarados tras los
pasamontañas son la versión moderna de la capa negra que, a modo de marioneta,
se balancea colgada de una cuerda y las palabras doradas, que aparecen bordadas
en la misma “Larvatus Prodeo” (“Voy caminado escondido”) nos remiten a
la imagen tenebrosa del terror, que avanza
sigilosamente, con el rostro tapado por el embozo, pero a su vez carente de
autonomía, movida por manos invisibles. Un pensamiento semejante encontramos articulado
en los tubos de neón del Cui Prodest?
(¿A quién beneficia?). La pregunta
clásica que se formulan los investigadores de un crimen en un relato
detectivesco, incita a averiguar la verdadera identidad de los poderes ocultos
en las sombras y sirve a Avelino Sala como grieta para “asomar la cabeza” y “poder
mostrar la vida tal como se ve desde los ojos de los artistas”.
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