Sarah Serrano
J. M. G. Cortés señalaba en La
ciudad cautiva que “Cuando un nuevo orden social aparece no sustituye al
anterior, se crea a partir de éste y esto provoca nuevos malestares o la exaltación
de los que ya existían”. Con la instauración del capitalismo liberal hemos
pasado de una sociedad disciplinaria a una del control que centra su eje en el consumo.
Si antes lo que controlaba la vida era el trabajo ahora lo es la búsqueda del
placer. Ya no se requiere mano de obra (disciplinada) sino compradores
potenciales. Pero esta búsqueda del placer nunca acaba, pues siempre se nos
presenta algo “nuevo y mejor” que desear y que comprar. La sociedad está
articulada por objetos de consumo que a su vez otorgan un estatus al individuo
que los posee. De esta manera los individuos se identifican y clasifican unos a
otros en función de su poder adquisitivo o su relación con el consumo.
Esta obsesión de la sociedad capitalista actual es el motor de la exposición que Cristina Lucas presenta en Matadero, donde retrata sus enfermizas dinámicas, sus ansiedades y sus incoherencias.
Esta obsesión de la sociedad capitalista actual es el motor de la exposición que Cristina Lucas presenta en Matadero, donde retrata sus enfermizas dinámicas, sus ansiedades y sus incoherencias.
El emplazamiento, un lugar frio y oscuro, encaja
perfectamente con la temática de la exhibición y contrasta con las caras
felices de los protagonistas asiáticos de Superbien
común. Papá y su prole haciendo malabares para mantenerse en el mismo
caballo, tres amigas imitando las estrategias cheerleaders para calzarse un único par de zapatos (muy chic), una
familia acostada sobre el mismo diván –tan propio del imaginario psicoanalítico-
de diseño que nos recuerda lo enfermizo
de la situación. Tal vez todos deberíamos
pasar por el diván - de uno en uno- porque la cosa es grave. La necesidad del estatus antes mencionado es
tal que ha generado una tendencia de multipropiedad de la mercancía en estos países
asiáticos tan marcados por el consumismo. Al final el capitalismo se sustenta
en eso, en que todos trabajen para intentar conseguir algo que, al final, sólo
unos pocos se acaban llevando a casa.
Algunos ven en los medios que utiliza Lucas, como el branding del póster informativo o la colocación de
las fotografías a la manera en la que se publicita en las paradas de autobús, poca
coherencia con su discurso. Pero quizás tendríamos que contemplarlo como una apropiación
del lenguaje publicitario para ironizar, para atacar desde dentro; o más aun
como una manera de recalcar que no se puede escapar al capitalismo. En los
videos que componen Capitalismo filosófico
encontramos un buen ejemplo de esta cuestión.
Actualmente todo es susceptible de ser comercializado desde un objeto de uso
cotidiano hasta los sentimientos más miserables, primitivos y catastróficos como
el miedo y el dolor. “Sin miedo no hay dinero” declaraba el personaje/tiburón de
los negocios en una de las entrevistas, mientras a su lado una farmacéutica hablaba
sobre la comercialización de placebos que curan la nada. El propio Das Kapital escrito por Marx, que
buscaba una alternativa a la violencia de este sistema económico (al menos así
lo entiende la artista), acaba por convertirse en objeto fetiche alcanzando
cifras astronómicas.
El capitalismo no es sostenible ni está bien pensado, como
tampoco lo está la manera que Lucas ha elegido para exponer los manuscritos de
Marx, que penden de un alambre que ha acabado por rasgar las páginas
plastificadas. Paradójicamente es un buen ejemplo de este sistema: es incómodo
y tiene fisuras; algo así como el Crack del 29 que puso en evidencia que los
mecanismos autoreguladores fallaban. Pese a sus fallos, y su obsolescencia
inminente, todos sabemos cómo suena el violín más pequeño del mundo
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