viernes, 14 de marzo de 2014

Pulsión de consumo



Sarah Serrano 

J. M. G. Cortés señalaba en  La ciudad cautiva que “Cuando un nuevo orden social aparece no sustituye al anterior, se crea a partir de éste y esto provoca nuevos malestares o la exaltación de los que ya existían”. Con la instauración del capitalismo liberal hemos pasado de una sociedad disciplinaria a una del control que centra su eje en el consumo. Si antes lo que controlaba la vida era el trabajo ahora lo es la búsqueda del placer. Ya no se requiere mano de obra (disciplinada) sino compradores potenciales. Pero esta búsqueda del placer nunca acaba, pues siempre se nos presenta algo “nuevo y mejor” que desear y que comprar. La sociedad está articulada por objetos de consumo que a su vez otorgan un estatus al individuo que los posee. De esta manera los individuos se identifican y clasifican unos a otros en función de su poder adquisitivo o su relación con el consumo.
Esta obsesión de la sociedad capitalista actual es el motor de la exposición que Cristina Lucas presenta en Matadero, donde retrata sus enfermizas dinámicas, sus ansiedades y sus incoherencias. 

El emplazamiento, un lugar frio y oscuro, encaja perfectamente con la temática de la exhibición y contrasta con las caras felices de los protagonistas asiáticos de Superbien común. Papá y su prole haciendo malabares para mantenerse en el mismo caballo, tres amigas imitando las estrategias cheerleaders para calzarse un único par de zapatos (muy chic), una familia acostada sobre el mismo diván –tan propio del imaginario psicoanalítico-  de diseño que nos recuerda lo enfermizo de la situación.  Tal vez todos deberíamos pasar por el diván - de uno en uno- porque la cosa es grave.  La necesidad del estatus antes mencionado es tal que ha generado una tendencia de multipropiedad de la mercancía en estos países asiáticos tan marcados por el consumismo. Al final el capitalismo se sustenta en eso, en que todos trabajen para intentar conseguir algo que, al final, sólo unos pocos se acaban llevando a casa.

Algunos ven en los medios que utiliza Lucas, como el branding del póster informativo o la colocación de las fotografías a la manera en la que se publicita en las paradas de autobús, poca coherencia con su discurso. Pero quizás tendríamos que contemplarlo como una apropiación del lenguaje publicitario para ironizar, para atacar desde dentro; o más aun como una manera de recalcar que no se puede escapar al capitalismo. En los videos que componen Capitalismo filosófico encontramos un buen ejemplo  de esta cuestión. Actualmente todo es susceptible de ser comercializado desde un objeto de uso cotidiano hasta los sentimientos más miserables, primitivos y catastróficos como el miedo y el dolor. “Sin miedo no hay dinero” declaraba el personaje/tiburón de los negocios en una de las entrevistas, mientras a su lado una farmacéutica hablaba sobre la comercialización de placebos que curan la nada. El propio Das Kapital escrito por Marx, que buscaba una alternativa a la violencia de este sistema económico (al menos así lo entiende la artista), acaba por convertirse en objeto fetiche alcanzando cifras astronómicas. 

El capitalismo no es sostenible ni está bien pensado, como tampoco lo está la manera que Lucas ha elegido para exponer los manuscritos de Marx, que penden de un alambre que ha acabado por rasgar las páginas plastificadas. Paradójicamente es un buen ejemplo de este sistema: es incómodo y tiene fisuras; algo así como el Crack del 29 que puso en evidencia que los mecanismos autoreguladores fallaban. Pese a sus fallos, y su obsolescencia inminente, todos sabemos cómo suena el violín más pequeño del mundo

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