Juan Antonio Carrera Muñoz
La
artista Cristina Lucas, en una reciente entrevista para Televisión Española,
afirma como el propio Karl Marx no quería publicar los tomos de su obra El
Capital por considerarlos inacabados ante
la capacidad para mutar del propio sistema capitalista que analizaba.
Necesitaba reescribir constantemente sobre el objeto que investigaba. La mutación
de las reglas económicas, de las relaciones entre los actores, de los objetos y
personas para convertirlos en productos dentro de la vorágine consumista. Una
capacidad de mutación, casi regida por reglas alquímicas, que refleja muy bien
en su exposición en Matadero Madrid. Lucas es capaz de banalizar el
concepto de lujo a la par que muestra la perversión de convertir la obra de
Marx en un producto de consumo. Nos traslada a la situación del oro como
parodia de si mismo, de ser el producto de valor más elevado y que domina la
economía a convertirse en un objeto musealizado, muerto, rodeado de
impresionantes medidas de seguridad. Con su ultima obra, es capaz de
ridiculizar a quienes hacen mercado de los valores filosóficos y morales,
modificando las entrevistas realizadas con el montaje del video.
Precisamente la ironía es el arma
que mejor controla la artista en esta muestra. Resulta muy impactante su labor
por mostrar en lo que se han convertido las marcas de lujo. Coches, sofás de
diseño, impactantes casas… pero sobre todo como consigue mostrar la vulgaridad
que ha alcanzado una emblemática firma de diseño de calzado. Manolo Blahnik fue
hace tiempo un símbolo de calidad, de diseño y de nobleza material. Zapatos por
los que se suspiraba y anhelaba, incluso zapatos que en los años 90
consiguieron su cuota de cultura popular al asociarse a una serie casi de
culto. Se asociaban a una nueva mujer, que no dependía del hombre, que
conquistaba cuotas de poder en la sociedad falocéntrica. Sin embargo, han sido
conquistados por el capital. Por las niñas de papá que solo buscan un nombre.
Ese símbolo que fueron antaño se ha perdido, el “aura” que los hacía especiales
ha sido sustituida por un halo de fabricación en serie, en definitiva, de
entrada a un circuito de forma ridícula, como Lucas nos hace ver en la imagen.
La misma herramienta satírica es utilizada en los vídeos con entrevistas.
Asociadas a valores éticos o a conceptos filosóficos, Cristina entrevista a
profesionales de diferentes ámbitos que se dedican, no solo a generar la famosa
plusvalía de Marx, sino a rentabilizar al máximo la desgracia de la muerte, a
jugar con traumas humanos a través de banalizarlos con operaciones estéticas, a
prometer diamantes, objetos muy valiosos, a través de las cenizas del difunto
como si un recuerdo imperecedero del ser querido exigiese un considerable
desembolso económico. Especialmente impactante resulta la exposición “del
arquitecto de los ricos”, quién se atreve a insinuar que sus casas vienen
influidas por los mayores arquitectos del siglo XX cuando no hay un ápice de
los valores de aquellos; que se atreve a teorizar sobre los conceptos de tiempo
y espacio en clave profunda mientras vemos la enésima decoración minimalista de
fondo.
Esa ironía está presente durante
toda la muestra. Como Marx quería con sus escritos, Lucas plantea la constante
transformación de los objetos cuando pasan a formar parte del vórtice
consumista. Su ridiculización, como la de la propia obra de Marx, cumbre en el
pensamiento occidental y condenada a la misma muerte que el oro en el mundo actual.
Ironía que se refuerza al ver como todas esas firmas han colaborado
aparentemente sin saber a la altura a la que iban a ser dejadas.
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