jueves, 24 de abril de 2014

El vehículo vago

Sofía Corrales.

El sistema capitalista es el sujeto de análisis con una asiduidad más que frecuente en el panorama artístico actual.  Cristina Lucas lo hace ahora en la antigua cámara frigorífica del Matadero de Madrid, donde la muestra Es capital no hace más que cuestionar, en clave irónica, el sistema económico en que nos hayamos inmersos.

Su aportación es un conjunto de cuatro proyectos que analiza las contradicciones y paradojas del capitalismo. La primera pieza, Plusvalía, documenta un proyecto de investigación de la artista en el que buscaba conocer el precio que tiene actualmente el Manuscrito de El Capital, de Karl Marx, cuya primera edición vio la luz en 1867. El capitalista obtiene ganancia de la fuerza del trabajo, beneficio sin el que no podría existir la sociedad capitalista. Con Montaña de oro pasa  poner en la mesa, a través de dos fotografías, el oro que almacena el Banco de España.  Oro, que, no debemos olvidar, ha servido de baremo durante siglos para fijar el valor monetario de un país.  Conceptos filosóficos es una serie de entrevistas cuyo objetivo es comprender el uso que hacen las empresas de conceptos como La Muerte, para una empresa funeraria, o la belleza, para una clínica de cirugía estética. Por último, El superbién común habla sobre una de las paradojas más graciosas del sistema capitalista, su pretensión de una vida basada en el consumo pero en un planeta en el que los recursos son inevitablemente insuficientes y materialmente imposibles, en cuanto a la cantidad que de ellos nos brinda el mundo, de modificar.  A pesar de que se atisba un discurso crítico potente, la coherencia formal brilla por su ausencia y esto da lugar a un cierta confusión en la que es difícil hacer el “clik” y conectar con el espíritu crítico que  busca encendernos.

Quizá hablar de “aportación” no es lo correcto y haya utilizado el término por simple costumbre.  La obra que que presenta Cristina Lucas, si bien no se autojustifica en su calidad estética,  tampoco hace la función conectora que debería, de tratarse de lenguaje, de tratarse de idea, de tratarse de concepto.

El arte es siempre hijo de su época y responde por tanto a ella. Pero tiene también, y por esto mismo, una deuda con el público.  Debe legitimarse cada día sino se quiere caer en lo frívolo o lo elitista, en lo banal y suprimible. Cristina lucas dice entender el arte como una forma de reflexionar sobre el mundo, y presenta, sin embargo, una obra que es tan hermética como abierta a interpretaciones, y por tanto, vaga en su dirección. Su meta conceptual de se derrumba porque pocos pueden captarlo ni hacer por tanto uso de ella. 
Estéticamente su discurso aparece caído desde el principio. Su manifestada indiferencia hacia la forma, que se podría sujetar con un buen proyecto conceptual, esto es, coherente,  estructurado, y asequible a un público dispar, tira también por tierra un posible gozo puramente sensorial, que sería la otra posibilidad para su sentido.

No es que defienda una autonomía de la forma. Es que esta sólo tiene sentido, en tanto que supeditada al contenido, si es eficiente en su transmisión.   La incoherencia formal no proporciona sentimiento alguno más que confusión, y de eso ya tenemos bastante en la calle. El arte contemporáneo se ve muchas veces juzgado por la incapacidad de conectar con el público, al menos con aquel que no es previo conocedor.  Si bien esto sucede  con frecuencia, es preciso hacer hincapié en el carácter contingente de que esto suceda y defender un arte eficiente en su aportación al mundo, ya sea de manera estética- física, como sensorial, emocional, o como vehículo de ideas.


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