Sofía Corrales.
Lara Almarcegui
vuelve a poner en la mesa el abuso de la mano humana sobre la naturaleza
dada. Tras representar a España en la bienal de Venecia en 2013, la Galería
Parra+Romero acoge dos obras de la artista, que se recogen bajo el título Underneath. Su mensaje no necesita de mucho para ser
potente y muy direccionado.
La artista nos presenta dos proyectos, ambos iniciados en 2012: Casa Enterrada, Dallas y Rocas de la Isla de Spitsbergen. El primero de ellos es el enterramiento de una casa tras su demolición, la narración de su desaparición, el enterramiento (y perpetuación) del pasado, y la reflexión sobre el presente y el futuro del barrio, que está pasado por una etapa de cambios y transformaciones urbanas. En el segundo, Almarcegui intentó identificar todas las rocas de una isla del Ártico de más de 39 000 km2. El listado de rocas se refiere al pasado geológico, pero también se refiere a los cambios debido a la actividad minera, que es parte de la historia del lugar, y a la destrucción que se puede producir por su actividad. Es una forma de reflexionar sobre el futuro de la isla y plasmar una preocupación al respecto que todos deberíamos compartir.
En los años 70 Smithson ya hablaba de los edificios
como ruinas incluso antes de ser construidos. La obsolescencia es tal que está
presente desde el mismo proceso de edificación. El artista y teórico del ya Land Art Tenía una
visión catastrofista y teleológica, el presentimiento abrumador de ir caminando
hacia la nada. Además, este artista creía en la antropía; la imposibilidad de
controlar la energía durante mucho tiempo. Sobre todo en los sistemas
complejos, como nuestra civilización, nos enfrentamos a la imposibilidad de
controlarlos prolongadamente, y sucede que acaban dispersándose.
La artista intenta hablarnos del ridículo de la
construcción por su naturaleza de obsolescencia. Ya desidealizaba la arquitectura con su polémica obra en la
bienal de Venecia, y en MUSAC
reflexionaba sobre los descampados, presentándolos como el potencial campo de acción para el
desarrollo de nuestra obsesión constructivista, y, a la vez, de nuestra tendencia al abandono y la
fragilidad de nuestro ímpetu.
Con su obra parece querer señalar, a su vez, de la facilidad que tenemos hoy para cambiar la mirada en dirección de algo más nuevo o más llamativo en
un abrir y cerrar de ojos, como si nuestras acciones fueran insignificantes y
el terreno también. ¿Qué le sucede al ser humano para llevarle a alterar
el entorno sin descanso y lo peor de todo, sin necesidad? Los metros de suelo que no han pasado por
nuestras manos están contados casi al dedillo. Lo usemos o no, nos sirva o no,
manipulamos el terreno a nuestro antojo en la
ilusión de gobernar el mundo. La
arquitectura es la forma más fuerte que tenemos para alargar nuestra presencia
en él, y quizá es esta la razón que nos lleva a edificarlo sin respiro. El paso del tiempo nos produce tal vértigo que, ante la
ineludibilidad de su acción, nos sujetamos al suelo mediante piedra, ladrillo,
y cemento.
El uso de estos
materiales requiere que gastemos, muchas veces, cantidades de dinero que
ni si quiera tenemos pero buscamos en cualquier parte en la desesperación. Spiral Jetty, la obra más
conocida de Smithson, fue una obra sobre el paisaje que mostró de todo menos
respeto hacia las condiciones naturales,
reales, del lugar donde se realizó. Precisamente se dedicó a alterarlo por
completo sujetándose al argumento de que aquello duraría poco igualmente.
Lara Almárcegui da un paso más allá y como
espectadora de estos sucesos y actitudes reivindica un mayor respeto al terreno
que nos viene dado, tirando por tierra la veneración a la arquitectura e
intentando desactivar las connotaciones
que la legitiman como arte, como manifestación del espíritu del hombre o
como depósito de valores, factores a los
que se agarra el progresivo abuso que
estamos haciendo de ella. El espectáculo es hoy quien da la bienvenida a los
museos descomunales que toda gran ciudad
anhela con prisa. Nada de necesidad. De alguna manera lo que busca Almarcegui
es hacernos conscientes de la poca
necesidad que hay normalmente detrás de los grandes proyectos de construcción,
y sólo eso es ya un movimiento significativo.
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