jueves, 15 de mayo de 2014

Lo oculto en lo hondo

Por Carlota Ayala Berlínchez

A la Lara Almarcegui le obsesionan los espacios, concretamente los urbanos. Le interesa la acción llevada a cabo sobre el terreno pero, según sus propias declaraciones, lo que más le interesa es el terreno en sí, si bien, asegura que entiende que a menudo se la incluyan en los estudios de Land Art. Así se explica el sentido de Rocas de la Isla de Spitsbergen, el panel que conforma la primera obra de su última exposición, Por debajo. Se trata, tal y como sucede en las exposiciones de otros artistas contemporáneos, como Teresa Margolles o Cristina Lucas, de la materialización de una investigación, en este caso, acerca de la riqueza geológica de un determinado lugar. Destaca, como en los otros casos nombrados, el empeño en aunar arte y documento (tal y como, por otro lado, se ha hecho en el cine, multitud de veces) a fin, creo, de potenciar su capacidad comunicativa. Este interés por lo documental no es, en absoluto, nuevo el Almarcegui; ya lo vimos, anteriormente, entre otras cosas, en sus guías de descampados, en los que el proceso de catalogación jugaba un papel fundamental, del mismo modo que ahora lo hace con respecto a los componentes de la tierra. El interés por los lugares abandonados o a punto de sufrir “transformaciones fulgurantes” no se basa únicamente en su gusto estético, sino que conlleva una incitación a la reflexión concienciada, denotando en la obra de la  artista su carácter más comprometido con el entorno.

Al sobrio listado de minerales le sucede la segunda y última obra, expuesta en otra sala: Casa enterrada. Dallas 2013, una acción llevada a cabo por la artista, y de la cual podemos ser testigos gracias al vídeo que la documenta. Dicha obra consiste en la total destrucción de una casa y posterior enterramiento de sus restos; algo similar veíamos también en El testigo, de Margolles, aunque lo cierto es que no es ni de lejos la primera vez que aparecen los escombros en la carrera de Almarcegui: sonada fue su intervención en la pasada Bienal de Venecia, en la que dicho elemento se alzaba como absoluto protagonista. De nuevo, nos encontramos con espacios olvidados o en plena metamorfosis pero, en este caso, parece alejarse de aquella “poesía” monumental para centrarse más en los datos, sin dejar de lado, lógicamente, el concepto. Así, la artista zaragozana plasma, de algún modo, el paso del tiempo, invitando al espectador a ser consciente del modo en que éste incide en nuestro entorno, muy especialmente, debido a la mano del hombre. Parece denunciar, de ese modo, la necesidad de hacerlo con responsabilidad, ya que los últimos responsables del paisaje urbanístico son (o deberían ser) sus habitantes.

Por debajo continúa en la línea minimalista y conceptual de Almarcegui. Las obras aparecen expuestas, en sendas salas de la galería Parra y Romero, de una manera tan aséptica que impresiona. El nombre alude a una idea constante en el trabajo de la artista: la importancia de aquello que se esconde bajo la superficie y es, por regla general, obviado. Lo subyacente es una cuestión que la apasiona también desde antaño, tal y como pudimos ver en sus paisajes subterráneos o en esa curiosa obsesión por cavar un inmenso agujero. Ya sean denominadas “deconstrucciones urbanas” o “contraurbanismo”, lo cierto y fijo es que la artista apuesta por un replanteamiento social acerca de lo que es o no útil, tomando como principal protagonista a la ciudad.


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