Por Carlota
Ayala Berlínchez
A la Lara Almarcegui le obsesionan
los espacios, concretamente los urbanos. Le interesa la acción llevada a cabo
sobre el terreno pero, según sus propias declaraciones, lo que más le interesa
es el terreno en sí, si bien, asegura que entiende que a menudo se la incluyan
en los estudios de Land Art. Así se explica el sentido de Rocas de la Isla
de Spitsbergen, el panel que conforma la primera obra de su última
exposición, Por debajo. Se trata, tal
y como sucede en las exposiciones de otros artistas contemporáneos, como Teresa
Margolles o Cristina Lucas, de la materialización de una investigación, en este
caso, acerca de la riqueza geológica de un determinado lugar. Destaca, como en
los otros casos nombrados, el empeño en aunar arte y documento (tal y como, por
otro lado, se ha hecho en el cine, multitud de veces) a fin, creo, de potenciar
su capacidad comunicativa. Este interés por lo documental no es, en absoluto,
nuevo el Almarcegui; ya lo vimos, anteriormente, entre otras cosas, en sus
guías de descampados, en los que el proceso de catalogación jugaba un papel
fundamental, del mismo modo que ahora lo hace con respecto a los componentes de
la tierra. El interés por los lugares abandonados o a punto de sufrir
“transformaciones fulgurantes” no se basa únicamente en su gusto estético, sino
que conlleva una incitación a la reflexión concienciada, denotando en la obra
de la artista su carácter más
comprometido con el entorno.
Al sobrio
listado de minerales le sucede la segunda y última obra, expuesta en otra sala:
Casa enterrada. Dallas 2013, una
acción llevada a cabo por la artista, y de la cual podemos ser testigos gracias
al vídeo que la documenta. Dicha obra consiste en la total destrucción de una
casa y posterior enterramiento de sus restos; algo similar veíamos también en El testigo, de Margolles, aunque lo
cierto es que no es ni de lejos la primera vez que aparecen los escombros en la
carrera de Almarcegui: sonada fue su intervención en la pasada Bienal de
Venecia, en la que dicho elemento se alzaba como absoluto protagonista. De
nuevo, nos encontramos con espacios olvidados o en plena metamorfosis pero, en
este caso, parece alejarse de aquella “poesía” monumental para centrarse más en
los datos, sin dejar de lado, lógicamente, el concepto. Así, la artista
zaragozana plasma, de algún modo, el paso del tiempo, invitando al espectador a
ser consciente del modo en que éste incide en nuestro entorno, muy
especialmente, debido a la mano del hombre. Parece denunciar, de ese modo, la
necesidad de hacerlo con responsabilidad, ya que los últimos responsables del
paisaje urbanístico son (o deberían ser) sus habitantes.
Por debajo continúa en la línea
minimalista y conceptual de Almarcegui. Las obras aparecen expuestas, en sendas
salas de la galería Parra y Romero, de una manera tan aséptica que impresiona. El
nombre alude a una idea constante en el trabajo de la artista: la importancia
de aquello que se esconde bajo la superficie y es, por regla general, obviado.
Lo subyacente es una cuestión que la apasiona también desde antaño, tal y como
pudimos ver en sus paisajes subterráneos o en esa curiosa obsesión por cavar un
inmenso agujero. Ya sean denominadas “deconstrucciones urbanas” o
“contraurbanismo”, lo cierto y fijo es que la artista apuesta por un
replanteamiento social acerca de lo que es o no útil, tomando como principal
protagonista a la ciudad.
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