Por Carlota
Ayala Berlínchez
La exposición de
Txomin Badiola empieza en la propia fachada de la galería Ponce y Robles,
plagada de llamativos carteles con el nombre de la muestra, a diferencia de la
mayoría de exposiciones de las galerías de la zona. Dichos carteles no sólo
abrirán la exposición, sino que también la cerrarán; pero no adelantemos
acontecimientos. Una vez dentro, Capitalismo
anal se divide en dos partes: la primera, que da nombre a la exposición,
formada por varias obras que se disponen principalmente en la primera sala; la
segunda, cruzando el pasillo, en otra sala dominada por la que seguramente es
la obra estrella de la exposición, Entelequia,
cuyo origen lo hallamos en el Primer Proforma
2010.
Las obras,
principalmente placas de metal cromado, a menudo superpuestas y taladradas,
evocan lo mecánico, lo industrial; la mayoría se caracterizan por poseer
extrañas frases perforadas, de distintos tamaños, dispuestas de singular manera
sobre fondos neutros con lo que parecen manchas de imprenta. Una de ellas
difiere especialmente del resto por ser más pictórica y tener escrita una frase
parcialmente tachada, “les limites” permitiendo al espectador ver, sin mucho
esfuerzo, el suprimido “de l´art”. Así, el artista alude, de manera más directa,
a la cuestión del arte, tal vez queriendo transmitir la idea de que cuando el
arte se encorseta, mengua o se ensombrece. En cualquier caso, lo cierto y fijo,
es que el desconcertado espectador no podrá entender apenas nada sin acompañar
la visita con algo de documentación.
De la manera más
críptica posible, Badiola realiza, en Capitalismo
anal, un análisis del sistema capitalista, planteando una perspectiva
escatológica intrínsicamente ligada a la religión, tal como manifiesta la
compilación de textos expuesta en el reverso del cartel promocional, con el que
obsequian al público al final de la visita. El artista señala la íntima
relación existente entre el protestantismo y nuestro sistema económico,
centrándose especialmente en la cuestión del consumismo frenético por parte de
nuestra sociedad que, junto a la obsolescencia programada, da lugar a una
producción masiva e incesante de basura, es decir, de mierda. Con el arte
ocurre exactamente lo mismo, tal y como apuntó Adorno, al ser tomado como
producto de ocio rentable. Claro que la relación que Badiola establece entre
nuestro sistema económico y lo excremental, va aún más allá, remontándose a las
cloaca donde, bajo su visión, todo
comienza. Así, el artista vasco aporta un toque de ácido humor (intencionado o
no) que culmina, como de otro modo no podía ser, con el psicoanálisis
freudiano. Sin duda, la muestra de ingenio que hace Badiola en la selección de
los textos que conforman su discurso merece el desconcierto inicial, claro que,
todo hay que decirlo, sería de agradecer una explicación más detallada y
personal.
En la misma
línea de sus bastardos, como si de su
evolución o de sus “hermanas” se trataran, las obras del artista vasco se
caracterizan por ser predominantemente híbridas. Capitalismo anal es, sin duda, una exposición profundamente
hermética, difícil (si no imposible) de digerir sin el apoyo textual e,
incluso, con él. En la sincrética muestra las referencias culturales son
constantes. Vemos, así, como el artista se apropia de todo cuanto se halla a su
alcance, generando un discurso tan extravagante como acertado, no apto para
simplistas. Cabe a este respecto, una pregunta: ¿tiene la exposición verdadero valor
de denuncia? Imagino que, en este caso, ocurre como en tantos otros: sus “hijas
díscolas”, quizá, no los son tanto; de nuevo, la “institucionalización de la
subversión”, de la que Castro habla en Mierda
y Catástrofe, la hace perder fuerza
y gracia, si bien, no toda. El poso queda, y será difícil de olvidar, y quién
sabe si no es precisamente ésa su única intención.
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