por Daniel Palacios González
“Nunca
había
imaginado
nada
más
bello;
es
soberbio.
Las
gentes
de
la
Comuna
son
horriblemente
deshonestas,
no
lo
niego;
pero
¡qué
artistas!
¡Y
no
han
sido
conscientes
de
su
obra!
(…)
He
visto
las
ruinas
de
Amalfi
batidas
por
el
azul
oleaje
del
Mediterráneo,
las
ruinas
de
los
templos
de
Tung‐hoor
en el
Punjab;
he
visto
Roma
y muchas
otras
cosas:
nada
se
puede
comparar
a
lo
que
ha
sucedido
esta noche
ante
mis
ojos”. Testimonio de un supuesto viajero escocés, ante la quema del Ayuntamiento de París en mayo de 1871, el Comité Invisible la recupera en su ensayo de 2007, tras el repunte de disturbios y protestas en la República Francesa. Este anónimo viajero escocés y Avelino Sala (Gijón, 1972) guardan cierta relación en el reconocimiento del arte en el disturbio y la destrucción creadora. Artista, comisario y editor, residente en Barcelona, presenta “Locked-in Syndrome” en la Galería Ponce+Robles. El “locked-in Syndrome”, síndrome de enclaustramiento, es el estado por el cual el paciente ha quedado paralizado en su totalidad. No puede moverse ni hablar, sin embargo, a diferencia de otras parálisis sigue moviendo los ojos y pudiendo ver.
A través de vídeo, fotografía, escultura, instalación y dibujo, el artista plantea una reflexión: “Cui Prodest?”, ¿quién se beneficia?, inquieren unos naumanianos neones. Esto se debe a que, en una suerte de estado de “locked-in syndrome” social, cualquiera puede beneficiarse de nuestra parálisis (aun sabiendo que su víctima lo está observando impotente). La muestra, se enmarca en las reflexiones artísticas del contexto del malestar social, las cuales van camino de convertirse en una categoría epocal a la que sumar también a artistas como Eugenio Merino, Pelayo Varela o Santiago Sierra. Se propone así una construcción del imaginario de la resistencia, surgido bajo este “locked-in syndrome” social.
Al exponer su obra, Sala entra en un doble juego de construcción de un imaginario y su desactivación. Como un antropólogo del capitalismo tardío pone en valor objetos que han emanado del contexto en el que está inmerso. Bolígrafos con los derechos humanos grabados bajo ilícita técnica estudiantil, que quedan listos para formar parte del mapa educativo, pero nunca de la práctica política, o cascotes envitrinados, recogidos como residuo y testimonio de diversas manifestaciones. Uno de ellos, fundido en bronce lo presenta como expedicionario que vuelve a la corte, ilustrando con el dibujo el contexto natural del objeto en las barricadas. Pese a que la obra queda a la venta, destinada a una “wünderkammer postsubprime” de algún fetichista del pedrusco o coleccionista militante (o no), su ejercicio sobrevive como construcción de un imaginario para el arte actual. En esto destaca la capa castellana que Sala presenta colgada sobre una escalera. Ajena, como parte de una castellanidad olvidada, y hoy criminalizada (por sus vertientes comuneras), contiene bordada la frase: “Larvatus prodeo”, “avanzo enmascarado”. Objeto de otra época tiene irónica actualidad. Hoy la protesta continúa, de nuevo no solo contra el Marqués de Esquilache y su bando de seguridad ciudadana. El castizo motín se dirige otra vez contra Carlos III de Borbón, por el hambre del pueblo y las exógenas gestiones de su corte.
La muestra de Sala se inscribe como punto constructivo de su trayectoria y de la escena artística alineada en el arte político de corte indignado. Un nuevo ejercicio de “microhistoria” como el ya señalado en Sala por Inma Prieto para sus “Simbologías del Ocaso” (2011). Sin embargo, por el doble juego de la puesta en valor y el envitrinamiento se presenta el problema de la propia desactivación del imaginario a la vez que es creado. Recordar en este sentido cómo la actividad del expedicionario y, posteriormente, del antropólogo, pese a su afinidad con lo investigado, antecedían inevitablemente a la musealización y muerte de su objeto de estudio.
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