Lucía Rúa Pérez
Avelino Sala nos ofrece un ejercicio más dentro de su tarea profesional de revisión y oferta directa de la realidad social en la que estamos inmersos, matriz de toda su producción. Hurga en la herida, consciente de que no es placentero, pero parece considerar que hemos llegado al punto en el que es necesario actuar físicamente, despertarnos de un susto. Y así, tomando, quizá por ser elemento de comunicación por antonomasia, por su facilidad de percepción directa y sencilla, una de las primeras cosas con las que el espectador se atreve a interactuar (dada la familiaridad con el método de desencriptar el mensaje que contiene) es con el idioma. Pero no iba a ser tan sencillo, ni tan vacío. El latín como lengua romance, raíz de muchos de los idiomas del ser humano, y el latín como lengua base de un tiempo lejano en el que “aquellas ideas tan necesarias e importantes” se predicaban por doquier como respuesta unificada a todas nuestras preguntas existenciales. Pero también el latín como lengua muerta, inactiva. Curioso que algo de antaño sea completamente actual en su contenido. Larvatus prodeo, Cui Prodest? Y como no hay normas preestablecidas, ni hay pautas de seguimiento, me puedo permitir la libertad de unirlas: ¿Quién se beneficia de un avance enmascarado?
El motor base se nos presenta con una de las obras más definitorias: la exposición, cual piezas de coleccionismo, de las piedras como ejemplos vivos de rebeldía, reacción y respuesta -Oiga, que allá fuera quieren recuperar la dignidad-. Desde este punto de partida comienza el baile, se escribe el cuento a través de la variedad de montajes, recuerdos de aquellos ready mades que investigaban y provocaban, así nos van sacudiendo los mensajes. Tenemos documentos históricos de momentos que todavía no pueden ser calificados como testimonios de un cambio de era, corriendo peligro de poder relegarse en un futuro a meras piezas de una colección, abstractas, solo importantes en su conjunto, conformantes de un resto arqueológico de un suceso anterior, sin más. Pero el ruido despierta otro de nuestros sentidos e inmediatamente parecen avisar por megafonía, aquí donde lo captado por los estímulos se entremezcla- Oigan, que estamos trabajando-. Debemos traer los derechos básicos de nuevo, es nuestra tarea, son nuestros deberes para mañana, y lo estamos haciendo desde la clandestinidad, donde somos libres, y utilizaremos chuletas porque no podemos olvidarnos de esto en el examen del individuo que supone el presente, la evaluación final. Porque el resultado será determinante.
Se nos despista y nos vemos atraídos por brillos que relucen como ninguna otra cosa a nuestro alrededor, y acudimos como moscas. Son los medios. Tan limpios, tan completos y abiertos nos ofrecen los avances de la actualidad. Pero a la vez que vamos en procesión hacia ellos, sabemos que la respuesta que debemos dar es negativa, no son para nosotros, no somos los beneficiados, son corruptos, y nos vemos paralizados en tierra de nadie, inmóviles. Aquellas piedras son más que piedras, que no se reduzcan a simples objetos desprovistos de su identidad individual. Y presidiendo esta tragicomedia se encuentra el enemigo, el producto castizo, operador cual parca moviendo los hilos, de su propia imagen pública, que modela a su antojo, oculto en su avance enmascarado. Pero Avelino Sala no lo deja ahí, en una representación de las piezas de este tablero de ajedrez. El artista nos insta a apuntar en nuestra chuleta particular: Cambiemos de perspectiva, observémoslo desde abajo y así veremos que pende de un hilo (por desgracia, por lo menos en apariencia, bastante seguro), pero que de igual modo que está en lo alto, puede descender y allí nos encontraremos, y veremos al falso normal, al tecnócrata que oculta el mal tras su corbata, al mismo nivel que el individuo que lleva dentro el poder de acción, y ya ha asumido su papel de acción anónima y conjunta. Son dibujos, no documentos históricos reales, pues todavía no ha llegado a concluirse. Pero parece que todas las piezas encajan. Nadie está siendo real, estamos en un Síndrome de enclaustramiento, notando esos discursos reprimidos inconscientemente, y siendo conscientes de ser individuos bunkerizados en el espacio mediático que todo lo domina. Y aquí nos grita el arte, con Avelino Sala hablándonos de su intento de abrir una brecha en este búnker, utilizando como artillería diversos elementos y materiales visuales, entrando por todos nuestros sentidos; y es que él mismo considera su obra como un medio de comunicación real, nos está informando con fundamentos tangibles. Los adoquines parecen no ser nada cuando están en su lugar original, quizá como un objeto aislado en una colección, como un elemento de memoria histórica. Los individuos tienen el poder de convertirlos en bronce.
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